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—¿Ha habido algún cambio?<br />

—Ninguno en particular. Sigue durmiendo —informó Tengo.<br />

La enfermera asintió con la cabeza.<br />

—Enseguida viene el médico. Señor Kawana, ¿hasta qué hora se va a quedar<br />

hoy?<br />

Tengo miró el reloj de pulsera.<br />

—Voy a coger el tren de antes de las siete, así que estaré hasta las seis y media.<br />

Cuando la enfermera terminó de hacer anotaciones en una tabla, volvió a meter<br />

el bolígrafo entre su cabello.<br />

—Le he estado hablando casi desde el mediodía, pero no parece que haya oído<br />

nada —dijo Tengo.<br />

—Cuando me preparaba para ser enfermera, aprendí una cosa: las palabras<br />

alegres provocan que los tímpanos de la gente se estremezcan con alegría. En las<br />

palabras alegres hay vibraciones alegres. Independientemente de que comprendan o<br />

no lo que se les está diciendo, los tímpanos vibran con alegría. Por eso a las<br />

enfermeras nos enseñan que tenemos que decir cosas alegres en un tono alegre. Sea<br />

cual sea la lógica que lo explica, le aseguro que funciona. Se lo digo por experiencia.<br />

Tengo reflexionó un rato sobre eso.<br />

—Gracias —le dijo. La enfermera Ōmura asintió y se marchó a paso ligero.<br />

A continuación, Tengo y el padre permanecieron en silencio durante bastante<br />

tiempo. Tengo ya no tenía nada más que contarle. Sin embargo, aquel silencio no<br />

resultaba nada incómodo. La luz de la tarde fue debilitándose de forma progresiva, y<br />

alrededor empezó a sentirse la proximidad del crepúsculo. Los últimos rayos de sol<br />

se desplazaban sigilosamente dentro de la habitación.<br />

A Tengo se le ocurrió de pronto contarle al padre que había dos lunas. Le daba la<br />

impresión de que todavía no se lo había dicho. Tengo vivía ahora en un mundo en<br />

cuyo cielo pendían dos lunas. «Por más que lo miro, me resulta un espectáculo<br />

extraño», quería decirle. Pero le pareció que sacar aquel tema no serviría de nada. A<br />

su padre le importaba un pepino cuántas lunas había en el cielo. Ese era un problema<br />

al que Tengo debía hacer frente solo.<br />

Además, hubiera en este mundo (o ese mundo) una, dos o tres lunas, Tengo no<br />

había más que uno. ¿Qué cambiaba eso? Estuviera donde estuviese, Tengo era<br />

Tengo. Nada más que la misma persona, con sus problemas y sus cualidades<br />

particulares. Sí, el quid del asunto no residía en las lunas, sino en sí mismo.<br />

Una media hora después regresó la enfermera Ōmura. Por alguna razón, ya no<br />

llevaba el bolígrafo metido en el pelo. ¿Adónde habría ido a parar el bolígrafo? Sin

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