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Aquellos dos eran unos aficionados. Puede que se les diera bien el karate y<br />

puede que hubieran jurado lealtad absoluta a su líder. Sin embargo, no dejaban de<br />

ser unos aficionados. Como había predicho la señora. Aomame suponía que no<br />

llegarían a tocar con sus propias manos el contenido del neceser en el que había<br />

embutido los artículos de higiene femenina, y su pronóstico se estaba cumpliendo.<br />

Era una especie de apuesta que se había hecho consigo misma, claro, pero no había<br />

pensado en lo que ocurriría si su suposición fallara. Lo único que podía hacer era<br />

rezar. Pero ella sabía que los rezos funcionaban.<br />

Aomame entró en un amplio tocador y se puso el chándal. Dobló la blusa y los<br />

pantalones y los guardó en la bolsa. Comprobó que tenía el cabello bien sujeto. Se<br />

echó en la boca un espray para el mal aliento. Sacó la Heckler & Koch del neceser y,<br />

después de abrir el grifo del lavabo para que no la oyeran, tiró de la corredera hacia<br />

atrás y envió una bala a la recámara. Luego puso el seguro. También colocó el<br />

estuche del picahielos en la parte superior de la bolsa para poder sacarlo<br />

rápidamente. Una vez todo dispuesto, se miró en el espejo y distendió la expresión<br />

de crispación en su rostro. «Tranquila, por ahora lo tienes todo bajo control.»<br />

Al salir del tocador, el rapado estaba de pie, de espaldas a ella, hablando en voz<br />

baja por teléfono. Cuando vio a Aomame vestida con el chándal de Adidas,<br />

interrumpió la conversación y colgó el auricular con calma. Entonces la miró como si<br />

estuviera examinándola.<br />

—¿Está lista? —le preguntó.<br />

—Sí —respondió ella.<br />

—Antes me gustaría pedirle un favor —dijo el rapado.<br />

Aomame sonrió ligeramente como muestra de afirmación.<br />

—Le pido que guarde en secreto lo que pase esta noche —le dijo. Luego hizo una<br />

breve pausa y esperó a que el mensaje se asentara en la mente de Aomame. Como si<br />

esperara a que el agua vertida calara en la tierra seca y desapareciera. Entretanto,<br />

Aomame lo miró a la cara sin decir nada. El rapado siguió hablando—: Permítame<br />

que le diga que la remuneraremos con creces. Incluso puede que volvamos a solicitar<br />

su servicio en el futuro. Así que le pedimos que olvide por completo lo que ocurra<br />

aquí. Todo lo que vea y lo que oiga.<br />

—Mi trabajo consiste en ocuparme de los cuerpos de la gente —contestó<br />

Aomame en un tono un tanto frío—. Por lo tanto, soy perfectamente consciente de mi<br />

deber con respecto a la confidencialidad. Ninguna información relativa al cuerpo del<br />

cliente, sea del tipo que sea, saldrá de esta habitación. Si eso les preocupa, pueden<br />

estar completamente tranquilos.<br />

—Perfecto. Eso es lo que queríamos oír —dijo el rapado—. Sin embargo, quiero<br />

que tenga en cuenta que se trata de algo más que un deber de confidencialidad en su

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