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albergaba. No odiaba a Tengo en sí mismo. Odiaba algo que llevaba en su interior. Le<br />

daba la impresión de que al padre aquello le resultaba intolerable.<br />

Para Tengo, las matemáticas eran un eficaz medio de evasión. Cuando huía al<br />

mundo de las fórmulas matemáticas, podía escapar de esa fastidiosa jaula que era la<br />

realidad. Desde pequeño se había dado cuenta de que, accionando un interruptor en<br />

su mente, podía trasladarse con facilidad a aquel mundo. Y cuando daba vueltas<br />

investigando aquel terreno de coherencia infinita, era totalmente libre. Avanzaba por<br />

los sinuosos pasillos de un edificio gigantesco, abriendo, una tras otra, puertas<br />

numeradas. Cada vez que un nuevo panorama se abría ante sus ojos, el abominable<br />

rastro que le había quedado del mundo real se debilitaba hasta extinguirse por<br />

completo. El mundo regido por las fórmulas matemáticas era para él un refugio<br />

legítimo y del todo seguro. Conocía mejor que nadie la geografía de ese planeta y<br />

podía elegir acertadamente las rutas correctas. Nadie podía darle alcance. Cuando se<br />

encontraba allí, era capaz de olvidar e ignorar las normas y las cargas que le<br />

imponían en el mundo real.<br />

Frente al magnífico edificio imaginario de las matemáticas, el mundo ficticio<br />

representado por Dickens era para Tengo como un denso bosque mágico. Las<br />

matemáticas se expandían hacia el cielo sin cesar y, en cambio, el bosque se extendía<br />

en silencio bajo sus ojos. Sus recias y oscuras raíces penetraban en las profundidades<br />

de la tierra. Allí no había mapas ni puertas numeradas.<br />

Desde la primaria hasta la secundaria se sumergió en el mundo de las<br />

matemáticas, ya que su nitidez y libertad absoluta lo fascinaban y las necesitaba para<br />

seguir viviendo. Sin embargo, al entrar en la adolescencia, el sentimiento de que<br />

aquello no era suficiente creció poco a poco. Cuando visitaba el mundo matemático,<br />

no tenía ningún problema. Todo salía como estaba previsto. Nada le cortaba el paso.<br />

Pero, una vez que volvía a la realidad (no tenía más remedio que volver), seguía en la<br />

misma patética jaula de antes. La situación no había cambiado ni un ápice. Es más,<br />

los grilletes le resultaban todavía más pesados. Siendo así, ¿de qué demonios le<br />

servían las matemáticas? ¿Acaso no eran más que una evasión temporal? ¿Acaso no<br />

empeoraban aún más su situación real?<br />

A medida que las dudas crecían, Tengo empezó a distanciarse de forma<br />

consciente del mundo de las matemáticas. Al mismo tiempo, empezó a sentirse cada<br />

vez más atraído por el bosque de la ficción. Leer novelas era, por supuesto, otro tipo<br />

de evasión. Cuando cerraba las páginas de un libro, tenía que regresar al mundo real.<br />

Sin embargo, un día se dio cuenta de que, cuando volvía a la realidad tras haber<br />

visitado el mundo de las novelas, no experimentaba esa dura frustración que sentía<br />

al volver del universo matemático. ¿A qué se debería? Reflexionó sobre ello y, en<br />

poco tiempo, llegó a una conclusión. En el bosque de la ficción, aunque las relaciones<br />

entre todas las cosas eran evidentes, nunca obtenía respuestas lógicas, a diferencia de<br />

lo que sucedía con las matemáticas. El papel de las historias de ficción era, grosso modo,

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