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mayor celeridad. Además, la parte más difícil y trabajosa era la del principio. Una<br />

vez superada, el resto...<br />

A continuación, Tengo recordó el rostro de Fukaeri y se preguntó qué impresión<br />

tendría ella si leyera la versión reescrita. Pero Tengo no podía hacerse una idea.<br />

Prácticamente no sabía nada de ella. Sólo que tenía diecisiete años, era estudiante de<br />

tercero en el instituto, pero no mostraba ningún interés por presentarse a los<br />

exámenes de ingreso en la universidad, tenía una manera de hablar estrafalaria, le<br />

gustaba el vino blanco y poseía unas bellas facciones, de las que perturban el corazón<br />

de la gente.<br />

Sin embargo, a Tengo le daba la sensación, o algo semejante a una sensación, de<br />

que, más o menos, iba comprendiendo exactamente el mundo que Fukaeri describía<br />

(o del que dejaba constancia) en La crisálida de aire. Las escenas que Fukaeri detallaba<br />

mediante aquellas limitadas y singulares palabras resucitaban con más frescura y<br />

nitidez gracias a la corrección esmerada y cuidadosa de Tengo. De ello nacía una<br />

corriente. Tengo lo sabía. El se limitaba a afianzar la obra desde un punto de vista<br />

técnico, pero el resultado era natural y armonioso, como si lo hubiera escrito él<br />

mismo desde un principio. El relato de La crisálida de aire estaba elevándose con<br />

energía.<br />

No había nada que alegrara más a Tengo. Como se había pasado tanto tiempo<br />

centrado en la corrección de la obra, estaba físicamente exhausto, pero en el fondo se<br />

sentía pletórico. Apagó el ordenador e, incluso lejos del escritorio, durante un rato no<br />

pudo reprimir las ganas de seguir corrigiendo. Disfrutaba de verdad realizando<br />

aquella tarea. Si todo salía como hasta entonces, quizá no defraudaría a Fukaeri. No<br />

obstante, Tengo era incapaz de imaginarse a Fukaeri alegre o defraudada. Es más, ni<br />

siquiera podía imaginársela esbozando una sonrisa o con el rostro ligeramente<br />

entristecido. Su cara carecía de expresión. Tengo no sabía si era porque no poseía<br />

sentimientos ni capacidad de expresarlos, o, en caso de poseer sentimientos, porque<br />

no sabía manifestarlos. «En fin, es una chica extraña», pensó Tengo nuevamente.<br />

La protagonista de La crisálida de aire era, seguramente, la propia Fukaeri en el<br />

pasado.<br />

Con diez años, cuidaba de una cabra ciega en un tipo de comuna (o algo<br />

parecido a una comuna) en medio de las montañas. Le habían asignado ese trabajo. A<br />

todos los niños les asignaban su propio trabajo. La cabra estaba vieja, pero tenía un<br />

valor especial para la comunidad y era necesario vigilarla para que no sufriera<br />

ningún daño. No podía apartar la vista de ella ni un solo momento. Es lo que le<br />

habían mandado. Sin embargo, en un descuido, la perdió de vista y la cabra se<br />

murió. Como consecuencia, a ella la castigaron. La metieron en un viejo almacén de<br />

paredes revocadas junto a la cabra muerta. Durante diez días permaneció<br />

completamente aislada y no la dejaron salir al exterior. Tampoco le permitieron<br />

hablar con nadie.

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