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preparados, latas de conserva y condimentos. También arroz y fideos. Había agua<br />

mineral en abundancia, así como dos botellas de vino tinto y dos de blanco. No sabía<br />

quién lo había dispuesto todo, pero lo había hecho con esmero. No se le ocurría nada<br />

que pudiera faltar.<br />

Como tenía algo de hambre, sacó el camembert, lo cortó y se lo comió con un<br />

cracker. Tras haberse comido medio queso, lavó un apio bien lavado y lo mordisqueó<br />

entero con mayonesa.<br />

Luego abrió uno por uno los cajones de la cómoda que había en su dormitorio. El<br />

superior contenía un pijama y un albornoz fino. Eran artículos sin estrenar, que<br />

venían en bolsas de plástico. Estaban muy bien dispuestos. En el siguiente había tres<br />

juegos de camisetas y calcetines, medias y ropa interior de repuesto. Todas eran<br />

simples y blancas, a juego con el diseño de los muebles, y todas venían en bolsas de<br />

plástico. Debían de ser iguales que las que se les proporcionaba a las mujeres de la<br />

casa de acogida. Aunque estaban hechas de buen material, tenían cierto aspecto de<br />

«productos de suministro». En el aseo había champú, acondicionador, crema<br />

hidratante y colonia. Lo habían equipado con todo lo que necesitaba. Como<br />

normalmente Aomame apenas se maquillaba, los productos que necesitaba eran muy<br />

limitados. Había, además, un cepillo de dientes, un cepillo interdental y un tubo de<br />

pasta dentífrica. También habían preparado de forma meticulosa un cepillo para el<br />

pelo, bastoncillos, una cuchilla de afeitar, unas pequeñas tijeras y artículos de higiene<br />

femenina. Las existencias de papel higiénico y pañuelos de papel también eran<br />

suficientes. Habían doblado toallas de baño y toallas para la cara y las habían apilado<br />

en un armario. Todo había sido dispuesto con sumo cuidado.<br />

Abrió el armario ropero. A lo mejor se encontraba con vestidos y zapatos de su<br />

talla bien ordenados. Si fueran de Armani y Ferragamo, podría darse con un canto en<br />

los dientes. Pero, contra todo pronóstico, el armario estaba vacío. No habían llegado<br />

a tanto. Eran conscientes de hasta qué punto eran meticulosos y a partir de qué punto<br />

se excedían. Igual que la biblioteca de Jay Gatsby: disponía de libros reales, pero las<br />

páginas no llegaban a estar cortadas. Además, mientras permaneciera allí, no tendría<br />

necesidad de ropa para salir a la calle. Ellos no le habían preparado cosas que no iba<br />

a necesitar. Sin embargo, sí que habían dispuesto un montón de perchas.<br />

Aomame sacó la ropa que había traído de la bolsa de viaje y, tras comprobar,<br />

prenda por prenda, que no estaba arrugada, la colgó en las perchas. Sabía que no<br />

hacerlo y dejar la ropa metida en la bolsa sería más conveniente si tuviera que huir a<br />

toda prisa, pero no había nada que odiara más en este mundo que ponerse ropa toda<br />

arrugada.<br />

«Nunca seré una delincuente fría y profesional», pensó Aomame. «¡Joder! ¡Mira<br />

que preocuparme por si la ropa se arruga en este preciso momento!» Entonces se<br />

acordó de una conversación que había mantenido con Ayumi:<br />

—Escondo el parné entre el somier y el colchón, y, cuando la cosa se pone fea, cojo todo y<br />

huyo por la ventana.

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