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—En este mundo —añadió Tengo.<br />

Fukaeri asintió brevemente.<br />

—En cuanto haya dos lunas en el cielo.<br />

—Supongo que tendré que creerme lo que dices. —Tengo se dio por vencido<br />

después de reflexionar un rato.<br />

—Yo percibo y tú recibes —dijo Fukaeri con circunspección.<br />

—Tú percibes y yo recibo. —Tengo reformuló la frase cambiando de persona.<br />

Fukaeri asintió.<br />

«¿Por eso nos hemos unido?», quería preguntarle Tengo a Fukaeri. «Anoche, en<br />

plena tormenta. ¿Qué significó eso?» Pero no se lo preguntó. Probablemente era una<br />

pregunta inapropiada. Además, no obtendría respuesta. Lo sabía perfectamente.<br />

«Si no lo entiendes sin que te lo explique, quiere decir que no lo entenderás por más que<br />

te lo explique», había dicho su padre.<br />

—Tú percibes y yo recibo —volvió a repetir Tengo—. Igual que cuando rescribí<br />

La crisálida de aire.<br />

Fukaeri sacudió la cabeza hacia ambos lados y echó el cabello hacia atrás,<br />

dejando al descubierto aquellas menudas y hermosas orejas. Como si irguiera<br />

antenas transmisoras.<br />

—No es igual —dijo Fukaeri—, Tú has cambiado.<br />

—He cambiado —repitió Tengo.<br />

Fukaeri asintió.<br />

—¿En qué he cambiado?<br />

Fukaeri observó durante un buen rato el interior de la copa de vino que tenía en<br />

la mano. Como si viera algo valioso.<br />

—Lo sabrás cuando vayas al pueblo de los gatos —dijo aquella chica guapa. Y,<br />

con las orejas descubiertas, bebió un trago de vino blanco.

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