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vestidos para hacer escalada de lo que cabría esperar. Ambos se quedaron de pie, sin<br />

sentarse, cerca de la puerta.<br />

—Parece que van de excursión —dijo Tengo mirando a su alrededor.<br />

—No te importa que te coja de la mano —le preguntó Fukaeri. Desde que se<br />

habían subido al tren, Fukaeri no le había soltado la mano.<br />

—Claro que no —dijo Tengo.<br />

Fukaeri siguió agarrándole la mano, como tranquilizada. Sus dedos y la palma<br />

de la mano eran tersos, sin una gota de sudor. Todavía parecía que siguieran<br />

buscando y comprobando algo que había en el interior de él.<br />

—Ya no tienes miedo —preguntó ella sin entonar.<br />

—Creo que no —contestó Tengo. No era mentira. El pánico que lo invadía los<br />

domingos por la mañana había perdido su vigor, seguramente porque Fukaeri lo<br />

cogía de la mano. Ya no sudaba ni se oían sus intensas palpitaciones. Tampoco tenía<br />

ensoñaciones. Su respiración había vuelto a recobrar la calma de siempre.<br />

—Bien —dijo Fukaeri con una voz monótona.<br />

«Bien», pensó Tengo.<br />

Hubo un corto y apresurado aviso de que el tren partía en breves instantes y, al<br />

cabo de poco tiempo, las puertas del vagón se cerraron con un ruido exagerado,<br />

como si un enorme animal primitivo se despertara y se estremeciera. El tren al fin se<br />

alejó lentamente del andén, con decisión.<br />

Tengo contemplaba el paisaje sujetándole la mano a Fukaeri. Al principio había<br />

una zona residencial normal y corriente; pero, a medida que avanzaron, el paisaje<br />

llano de Musashino se transformó en una llamativa zona montañosa. A partir de la<br />

estación de Higashi-Ōme había una sola vía. Y después de hacer trasbordo a aquel<br />

tren de cuatro vagones, las montañas que los rodeaban fueron aumentando poco a<br />

poco su presencia. Ya no se encontraban en el área metropolitana de la ciudad. La<br />

superficie de las montañas aún conservaba el color marchito del invierno, pero, sin<br />

embargo, el verdor de los árboles perennes destacaba vivamente. Cuando llegaron a<br />

la siguiente estación y las puertas se abrieron, se percataron de que el aire había<br />

cambiado de olor. Se diría que la resonancia de los ruidos también era diferente. Los<br />

campos que se extendían a lo largo de la vía del tren llamaban la atención y las<br />

edificaciones de estilo campesino habían aumentado.<br />

El número de camiones ligeros también se había incrementado con respecto al de<br />

turismos. «Parece que hemos recorrido un buen trecho», pensó Tengo. ¿Adónde<br />

demonios irían?<br />

—No te preocupes —le dijo Fukaeri, como si le hubiera leído el pensamiento.<br />

Tengo asintió en silencio. Pensó que aquello era como si fueran a encontrarse con<br />

sus padres para pedirla en matrimonio.

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