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umor artificial de oleaje, procedente de una carretera lejana. Pasó la medianoche y el<br />

fulgor de las luces de neón disminuyó un tanto.<br />

«Ciertamente, siento algo semejante a afecto por esta chica llamada Ayumi. Si es<br />

posible, me gustaría cuidarla. Tras tu muerte he vivido durante mucho tiempo<br />

decidida a no mantener ninguna relación profunda con nadie. No he pensado en que<br />

quería nuevos amigos. Pero a Ayumi, no sé por qué, puedo abrirle mi corazón. Hasta<br />

cierto punto, puedo revelarle sentimientos, con sinceridad. Aunque ella es<br />

completamente diferente a ti, por supuesto», comenzó a contarle Aomame en su<br />

interior a Tamaki. «Tú eres alguien especial. He crecido contigo. No puedo<br />

compararte con nadie más.»<br />

Aomame miró hacia arriba echando el cuello hacia atrás. Mientras sus ojos<br />

contemplaban el cielo, sus sentidos deambulaban por recuerdos remotos. El tiempo<br />

que había pasado con Tamaki, las cosas de las que habían hablado. Y cuando se<br />

habían tocado mutuamente... Pero, entre tanto, se dio cuenta de que el cielo nocturno<br />

que estaba viendo se diferenciaba en algo del cielo nocturno habitual. Tenía algo<br />

distinto al cielo de siempre. Había algo extraño, tenue pero difícil de negar.<br />

Transcurrió un buen rato hasta que encontró dónde residía la diferencia. Y,<br />

además, una vez encontrada, le costó bastante aceptar la realidad. Sus sentidos eran<br />

incapaces de ratificar lo que su visión captaba.<br />

Dos lunas flotaban en el cielo. Una luna pequeña y otra grande. Ambas se<br />

alineaban en el cielo. La grande era a la que estaba acostumbrada. Próxima al<br />

plenilunio, amarilla. Pero a su lado había otra luna diferente. Una luna de forma<br />

desconocida. Un tanto deforme y ligeramente verdosa, como si estuviera cubierta de<br />

musgo. Eso era lo que su visión captaba.<br />

Aomame entornó los ojos y contempló fijamente las dos lunas. Luego cerró los<br />

ojos, dejó pasar un tiempo, respiró hondo y volvió a abrirlos. Esperaba que todo<br />

volviera a la normalidad y sólo hubiera una luna. Pero la situación era<br />

completamente diferente. No era un efecto óptico, ni se le había nublado la vista. Dos<br />

lunas flotaban en el cielo, bien alineadas, sin lugar a dudas o a errores de visión. Una<br />

luna amarilla y otra verde.<br />

Aomame pensó en despertar a Ayumi para preguntarle si en verdad había dos<br />

lunas. Pero se lo pensó mejor y desistió. «Naturalmente. Desde el año pasado hay dos<br />

lunas», le diría, quizás, Ayumi. O tal vez: «¿Pero qué estás diciendo, Aomame? Sólo<br />

veo una luna. ¿Te ha pasado algo en los ojos?». «En cualquier caso, no me<br />

solucionaría el problema. Sólo lo empeoraría.»<br />

Aomame se cubrió la mitad inferior de la cara con ambas manos. Luego se quedó<br />

contemplando fijamente las dos lunas. «No hay duda de que algo está sucediendo»,<br />

pensó. Los latidos del corazón se le aceleraron. «O al mundo le pasa algo, o me lo<br />

pasa a mí; una de dos. ¿El problema reside en la botella o en el tapón?»

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