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vivir allí. Tenía sus escoplos y parecía feliz tallando ratones él solo. Cuando cogía el<br />

escoplo, a veces parecía que enloquecía, pero aparte de eso era un chaval bastante<br />

obediente. No incordiaba a nadie. El sólo tallaba ratones en silencio. Cogía un trozo<br />

de madera, lo miraba fijamente durante un buen rato y veía qué ratón se ocultaba allí<br />

y qué aspecto tenía. Tardaba bastante tiempo en verlo, pero una vez que lo veía,<br />

luego sólo tenía que blandir el escoplo y extraer al ratón de dentro del pedazo de<br />

madera. ¡Nunca mejor dicho! «Extraer al ratón.» Y el ratón extraído parecía que se iba<br />

a echar a andar en cualquier instante. En definitiva, lo que hacía era liberar ratones<br />

imaginarios atrapados dentro de aquellos pedazos de madera.<br />

—Y tú protegías a ese chico.<br />

—Bueno, no puede decirse que yo quisiera hacerlo, pero al fin y al cabo me vi<br />

abocado a esa posición. Era mi posición. Una vez dada la posición, no había más<br />

remedio que defenderla. Eran las reglas del lugar, así que las obedecí. Si, por<br />

ejemplo, alguien le cogía el escoplo para gastarle una broma, yo iba y le partía la<br />

cara. Ya fuesen mayores que yo, más corpulentos o incluso varios a la vez, yo les<br />

partía la cara. Por supuesto, a veces también me la partían a mí. Unas cuantas veces.<br />

Pero el asunto no era ganar o perder. Tanto si partía yo caras como si me la partían<br />

ellos a mí, siempre recuperaba el escoplo y se lo devolvía. Eso era lo importante.<br />

¿Entiendes?<br />

—Creo que sí —dijo Aomame—, Pero al final abandonaste a ese niño.<br />

—Tenía que irme a vivir solo y no podía estar ocupándome de él para siempre.<br />

No podía permitírmelo. Era inevitable.<br />

Aomame volvió a abrir la mano derecha y la observó.<br />

—He visto varias veces que tienes una pequeña talla de un ratón. ¿La hizo él?<br />

—¡Ah!, sí. Me regaló uno. Cuando huí de la institución, me lo llevé conmigo.<br />

Todavía lo tengo.<br />

—Oye, Tamaru, ¿por qué me cuentas esto ahora? No me pareces el tipo de<br />

persona que habla de sí misma sin ninguna intención en particular.<br />

—Lo que te quiero decir es que aún hoy me acuerdo de ese chaval —dijo<br />

Tamaru—. No estoy diciendo que quiera volver a verlo de nuevo. No tengo ningún<br />

interés especial por verlo. Si lo viera, no tendría nada de qué hablar con él.<br />

Simplemente, la imagen de ese chico entregado a «extraer» el ratón de dentro del<br />

trozo de madera ha quedado grabada vivamente en mi cabeza y se ha convertido en<br />

una imagen importante para mí. Me ha enseñado algo. O ha intentado enseñarme<br />

algo. La gente necesita esas cosas para seguir viviendo. Imágenes que no pueden<br />

explicarse con palabras, pero que son relevantes. En cierto sentido, vivimos para<br />

explicar ese algo. Eso es lo que yo creo.<br />

—¿Quieres decir que es algo así como nuestro fundamento para vivir?<br />

—Posiblemente.

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