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Cuando se sentó y se dispuso a seguir leyendo el libro, se dio cuenta de que se lo<br />

había dejado en la habitación del padre. Primero soltó un suspiro, pero luego lo<br />

reconsideró y pensó que quizá fuera mejor así. No tenía la cabeza para andar<br />

leyendo. Además, «El pueblo de los gatos» era un relato que debía estar en la<br />

habitación de su padre, en vez de en sus manos.<br />

El paisaje al otro lado de la ventana se iba desplazando en sentido inverso al<br />

viaje de ida. El oscuro y solitario litoral, completamente arrimado a las montañas,<br />

enseguida dio paso a una zona industrial costera abierta. Muchas fábricas seguían<br />

operativas, pese a que ya era de noche. Una arboleda de chimeneas se erigía en<br />

medio de las sombras nocturnas y vomitaba fuego rojo como serpientes sacando sus<br />

largas lenguas. Los tráileres iluminaban el asfalto con sus potentes faros. Al otro<br />

lado, el mar estaba completamente negro, como el lodo.<br />

Llegó a casa poco antes de las diez. El buzón de correos estaba vacío. Al abrir la<br />

puerta, la habitación parecía más vacía que nunca. Era el vacío que él había dejado<br />

por la mañana, tal cual. La camisa tirada en el suelo, el ordenador apagado, la silla<br />

giratoria con la concavidad dejada por el peso de su cuerpo, restos de goma de borrar<br />

esparcidos sobre el escritorio. Bebió dos vasos de agua, se desnudó y se metió en la<br />

cama. El sueño lo invadió enseguida, y fue un sueño profundo como hacía tiempo<br />

que no tenía.<br />

A la mañana siguiente, cuando se despertó pasadas las ocho, Tengo se dio cuenta<br />

de que se había convertido en una nueva persona. Tuvo un despertar agradable; los<br />

músculos de sus piernas y de sus brazos estaban ágiles, a la espera de un estímulo<br />

total. El cansancio corporal había desaparecido. Era el mismo estado de ánimo que<br />

había sentido en su infancia cuando abría un nuevo libro de texto al inicio del curso.<br />

Aunque todavía no comprendía la materia, con ello obtenía un adelanto de los<br />

nuevos conocimientos. Fue al lavabo y se afeitó. Se secó la cara con una toalla, aplicó<br />

loción aftershave y volvió a mirarse en el espejo. Reconoció que era una persona<br />

nueva.<br />

Lo que había pasado el día anterior parecía un sueño de principio a fin. No daba<br />

la impresión de ser real. Aunque seguía viéndolo con nitidez, iban apareciendo por<br />

los extremos zonas de irrealidad. Había cogido el tren, había ido al pueblo de los<br />

gatos y regresado. Afortunadamente, a diferencia del protagonista del relato, había<br />

podido subirse al tren de vuelta sin incidencias. Y parecía que los acontecimientos<br />

vividos en ese pueblo habían provocado un gran cambio en su persona.<br />

Desde luego, las circunstancias reales en las que se encontraba no habían<br />

cambiado ni un ápice. Caminaba a disgusto por unas tierras peligrosas, llenas de<br />

problemas y enigmas. La situación estaba tomando un derrotero imprevisto. No se<br />

imaginaba qué le iba a ocurrir a continuación. Pero, de todas formas, Tengo sabía con<br />

certeza que, de un modo u otro, podría superar los contratiempos.

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