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A la mañana siguiente, Tengo marcó el número que le había dado el profesor<br />

Ebisuno y llamó a su casa, pero el teléfono no daba línea. «En este momento, el<br />

número que ha marcado no se encuentra operativo. Por favor, llame más tarde.» Un<br />

mensaje grabado por la compañía telefónica saltaba todo el tiempo. Por muchas<br />

veces que lo intentara, el resultado siempre era el mismo. Quizá se le había colapsado<br />

el teléfono de llamadas pidiendo información, a raíz del debut de Fukaeri, y había<br />

cambiado de número.<br />

Una semana después ocurrió algo extraño. La crisálida de aire seguía vendiéndose<br />

bien. Todavía ocupaba el primer puesto en el ranking de best sellers de todo el país.<br />

Mientras tanto, nadie se había puesto en contacto con Tengo. El había llamado varias<br />

veces a la empresa de Komatsu, pero siempre se encontraba ausente (lo cual no era<br />

raro). Había dejado el recado en el departamento de edición de que quería que<br />

Komatsu lo telefoneara, sin embargo, no recibió ninguna llamada (lo cual tampoco<br />

era raro). Cada día examinaba sin falta los periódicos, pero no había ninguna noticia<br />

sobre que se hubiera denunciado la desaparición de Fukaeri. ¿Podría ser que al final<br />

el profesor Ebisuno no lo hubiera denunciado? O tal vez lo había hecho, pero quizá la<br />

policía no lo había anunciado públicamente para llevar la investigación en secreto.<br />

También podría ser que no se lo hubieran tomado en serio, pensando que se trataba<br />

de una adolescente que se había fugado de casa, igual que tantas otras.<br />

Tengo daba sus clases de matemáticas en la academia tres días por semana,<br />

como de costumbre; los demás días trabajaba en su novela, frente al escritorio, y los<br />

viernes por la tarde temprano tocaba la tórrida sesión de sexo con su novia, que lo<br />

visitaba en su piso. No obstante, hiciera lo que hiciera, le costaba concentrarse. Los<br />

días transcurrían en medio de un sentimiento de languidez e inquietud, como<br />

alguien que, por error, se ha tragado un pedazo de nube espesa. Había perdido<br />

paulatinamente el apetito. Se despertaba a altas horas de la noche y luego era incapaz<br />

de dormirse. Cuando no estaba dormido, pensaba en Fukaeri. ¿Dónde estaría y qué<br />

estaría haciendo? ¿Con quién estaría? ¿Qué le ocurriría? Por su cabeza desfilaban<br />

diversas situaciones. Todas ellas mostraban, en mayor o menor medida, tintes<br />

trágicos. Y en su imaginación, ella siempre vestía el fino y ceñido jersey de verano<br />

que le hacía el pecho bonito. Aquella presencia hacía que le costara respirar y le<br />

provocaba una inquietud aún más intensa en su corazón.<br />

Fukaeri se puso en contacto con él un jueves, cuando se cumplía la sexta semana<br />

consecutiva de La crisálida de aire en la lista de best sellers.

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