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un sistema de turnos. También había, claro, quien prefería estar sola o quien no<br />

quería compartir su experiencia con los demás. La soledad y el silencio de esas<br />

mujeres eran respetados. Sin embargo, la mayoría de las mujeres deseaba contar su<br />

historia con sinceridad a otras mujeres que habían corrido la misma suerte, y<br />

relacionarse con ellas. Dentro de la casa estaba prohibido beber alcohol y fumar,<br />

además de salir sin permiso, pero no existía ninguna otra restricción.<br />

En el edificio había un teléfono, un televisor y una sala común al lado del<br />

vestíbulo. Esa sala disponía de un viejo juego de sofás y una mesa de comedor.<br />

Parecía que muchas de las mujeres se pasaban la mayor parte del día en sus<br />

habitaciones. El televisor, sin embargo, apenas lo encendían, y si lo hacían lo ponían<br />

a un volumen prácticamente imperceptible. Las mujeres preferían leer a solas, abrir<br />

el periódico, hacer punto o pegarse a alguien y cuchichear. Alguna también pintaba a<br />

diario. Era un espacio extraño. Como en un limbo transitorio entre el mundo real y el<br />

mundo de ultratumba, la luz se apagaba y se estancaba. Siempre dominaba el mismo<br />

tipo de luz, estuviera el día despejado o nublado, fuera de día o de noche. Cada vez<br />

que visitaba aquellas habitaciones, Aomame sentía que se encontraba fuera de lugar,<br />

que era una intrusa desconsiderada. Aquello era como un club que requería un<br />

carácter especial. El origen de la soledad que embargaba a las mujeres era diferente al<br />

de la soledad que Aomame sentía.<br />

Cuando la anciana se asomó, las tres mujeres que había en la sala de estar se<br />

levantaron. Se veía a primera vista que sentían un profundo respeto por ella. La<br />

anciana les dijo que se sentasen.<br />

—No se molesten. Sólo quiero hablar con Tsubasa.<br />

—Tsubasa está en su habitación —dijo una chica que debía de ser de la misma<br />

quinta que Aomame. Tenía el cabello largo y liso.<br />

—Está con Saeko. Parece que aún no va a bajar —dijo una mujer un poco mayor.<br />

—Todavía tardará algún tiempo —dijo sonriendo la anciana.<br />

Las tres mujeres asintieron en silencio. Sabían lo que quería decir con «tardar<br />

algún tiempo».<br />

Al subir al segundo piso y entrar en la habitación, la anciana le pidió a la chica<br />

de baja estatura que allí estaba, de algún modo desanimada, si se podía ir un rato. La<br />

chica, llamada Saeko, sonrió ligeramente, salió de la habitación, cerró la puerta y se<br />

marchó bajando las escaleras. Sólo quedaba la niña de diez años, Tsubasa. En la<br />

habitación había una mesita para comer. La niña, la anciana y Aomame se sentaron a<br />

la mesa. La ventana tenía una gruesa cortina echada.<br />

—Esta chica se llama Aomame —dijo la anciana a la niña—. Hace el mismo<br />

trabajo que yo, así que no tienes por qué preocuparte.

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