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sonar tres veces, colgaré y luego volveré a llamar después de veinte segundos. Tú, a<br />

ser posible, intenta no llamarme.<br />

—Entendido —dijo Aomame.<br />

—¿Eran duros de pelar los tipos esos? —preguntó Tamaru.<br />

—Los dos que llevaba consigo parecían competentes. También estaban un poco<br />

tensos. Pero no eran profesionales. No estaban a tu altura.<br />

—No hay muchos que estén a mi altura.<br />

—Si los hubiera, podría ser un problema.<br />

—Tal vez —dijo Tamaru.<br />

Aomame tomó el equipaje y se dirigió a la parada de taxis en el recinto de la<br />

estación. Allí también se había formado una larga cola. Parecía que la circulación del<br />

metro todavía no se había restablecido. En cualquier caso, no le quedó más remedio<br />

que hacer cola y esperar pacientemente su turno. No tenía muchas más opciones.<br />

Mientras esperaba entre numerosas personas con cara de cabreo, que de forma<br />

habitual utilizaban el metro para desplazarse del trabajo a casa y viceversa, Aomame<br />

repetía mentalmente la dirección y el nombre de la casa de acogida, el número del<br />

apartamento, el código para anular el cierre automático y el número de teléfono de<br />

Tamaru. Igual que un asceta sentado sobre una roca en la cima de una montaña<br />

recitando importantes mantras. Aomame siempre había confiado en su memoria.<br />

Podía memorizar esa información sin ningún esfuerzo. Pero además, en ese<br />

momento, aquellas cifras eran su salvavidas. Si se olvidara o se equivocara en una<br />

sola, sobrevivir se complicaría. Tenía que grabarlas en lo más profundo de su cabeza.<br />

Cuando por fin consiguió subirse a un taxi, había pasado una hora, más o<br />

menos, desde que se había marchado de la habitación en la que yacía el cadáver del<br />

líder. Le había llevado casi el doble del tiempo que había previsto en llegar a aquel<br />

punto. La Little People seguramente había ganado tiempo. Habían provocado lluvias<br />

torrenciales en Akasaka, habían conseguido congestionar la estación de Shinjuku, ya<br />

que el metro se había detenido y la gente no podía regresar a casa; habían hecho que<br />

hubiera pocos taxis disponibles y habían entorpecido las acciones de Aomame. A raíz<br />

de todo ello, se estaba poniendo nerviosísima poco a poco. Estaba perdiendo la<br />

sangre fría. Pero tal vez fuera una mera coincidencia. Sólo una casualidad. «Quizá<br />

sólo temo la sombra de una Little People que en realidad no existe.»<br />

Tras comunicarle el lugar de destino al conductor, Aomame se hundió en el<br />

asiento y cerró los ojos. En ese momento los dos hombres de traje oscuro estarían<br />

comprobando la hora en sus relojes de pulsera mientras esperaban a que el fundador<br />

se despertase. Aomame se los imaginó. El rapado reflexionaba sobre diferentes cosas<br />

mientras bebía café. Reflexionar era su función. Pensar y tomar decisiones. «La siesta<br />

del líder está siendo demasiado silenciosa», sospecharía tal vez. «El líder siempre

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