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tormenta debió de ser bastante deprimente. Sus hábitos de vida serían<br />

completamente diferentes; los recursos para comunicarse, limitados; y los olores<br />

corporales, considerables.<br />

La palabra «pareja» le evocó a Sonny y Cher. Sin embargo, no podía decirse que<br />

subir a Sonny y Cher al arca como pareja representante de la especie humana fuera la<br />

elección más acertada. Sin llegar a decir que fuese inapropiada, debía de haber<br />

especímenes mejores.<br />

Tengo se sintió un tanto extraño al abrazar de aquel modo, metido en la cama, a<br />

Fukaeri, que llevaba puesto su pijama. Era como si se abrazara a una parte de sí<br />

mismo. Como si abrazara a alguien con quien compartía carne y sangre, que tenía el<br />

mismo olor corporal y que estaba conectado a sus sentidos.<br />

Tengo se imaginó que, en vez de Sonny y Cher, ellos dos eran elegidos como<br />

pareja y que subían al arca de Noé. Sin embargo, ellos tampoco eran los especímenes<br />

humanos más apropiados. «Para empezar, el hecho de estar así abrazados metidos en<br />

la cama no es muy apropiado que digamos.» Pensar en ello no lo tranquilizó. Para<br />

olvidarlo se imaginó a Sonny y Cher en el arca, trabando amistad con la pareja de<br />

pitones. Aunque era una fantasía absurda, le permitió distenderse ligeramente.<br />

Fukaeri permanecía callada, mientras Tengo la abrazaba. Ni se movía, ni abría la<br />

boca. Tengo tampoco dijo nada. Aun estando abrazado a Fukaeri en la cama, no<br />

sentía ningún deseo sexual. Para Tengo, el deseo sexual era básicamente una<br />

extensión de una forma de comunicación; por lo tanto, desear satisfacerse cuando la<br />

comunicación era imposible le resultaba un comportamiento poco apropiado.<br />

Además sabía que lo que Fukaeri buscaba no era sexo. En él buscaba algo diferente,<br />

aunque desconocía de qué se trataba.<br />

Con todo, fuera cual fuese el objetivo, el hecho de abrazar el cuerpo de una<br />

hermosa chica de diecisiete años no tenía nada de malo en sí. De vez en cuando, la<br />

oreja de ella rozaba la mejilla de Tengo. El cálido aliento de la chica envolvía la nuca<br />

de él. El pecho de Fukaeri era firme y de un tamaño sorprendente, en comparación<br />

con el resto de su esbelto físico. Tengo podía sentir su presión justo encima del<br />

estómago. También olía el fantástico aroma que la piel de la chica desprendía. Era el<br />

aroma especial a vida que sólo emanan los cuerpos en pleno desarrollo. Un olor<br />

semejante al de una flor cubierta de rocío en pleno verano. Siendo estudiante de<br />

primaria, lo había olido a menudo, temprano por la mañana, de camino a las sesiones<br />

de ejercicio físico siguiendo una emisión radiofónica, que se realizaban para los<br />

niños del barrio todos los veranos.<br />

«Espero no tener una erección», pensó Tengo. «Como tenga una, por la posición<br />

en la que estamos ella se dará cuenta enseguida. Si eso ocurriera, se produciría una<br />

situación bastante embarazosa. ¿Con qué palabras y en qué contexto podría explicar<br />

a una chica de diecisiete años que a veces se pueden tener erecciones sin que el deseo<br />

lo invada a uno? Pero, por suerte, de momento no me he empalmado. Ni hay indicios<br />

de que me vaya a pasar. Dejaré de pensar en su olor. A ser posible, debo

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