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La expresión que el médico había utilizado por teléfono la noche anterior, «Igual<br />

que un tren cuando va reduciendo velocidad progresivamente hasta detenerse », le<br />

pareció a Tengo sumamente realista. Su padre era un tren que reducía poco a poco la<br />

velocidad y esperaba a que la inercia se agotara para detenerse de forma silenciosa<br />

en medio de una llanura desierta. Su único consuelo era que en los vagones no<br />

quedaba ningún pasajero. Nadie iba a quejarse por que el tren se detuviera.<br />

«Debo hablarle de algo», pensó Tengo. Sin embargo, no sabía en qué tono<br />

dirigirse a él. Aunque quería hablarle, ninguna palabra relevante acudía a su mente.<br />

—Padre —empezó diciendo con un pequeño murmullo. Pero no le salieron más<br />

palabras.<br />

Se levantó del taburete, se acercó a la ventana y contempló el jardín de césped<br />

bien cuidado y el ancho cielo sobre el pinar. Un cuervo se había posado sobre una<br />

gran antena y, pensativo, escrutaba altivamente lo que lo rodeaba en cuanto recibía<br />

los rayos del sol. En la cabecera de la cama había una radio despertador, pero su<br />

padre no necesitaba ninguna de las dos cosas.<br />

—Soy Tengo. Acabo de llegar de Toldo. ¿Me oye? —dijo desde la ventana,<br />

mirando a su padre allí abajo. No hubo respuesta. Después de haber hecho vibrar de<br />

una forma fugaz el aire, un vacío firmemente asentado en la habitación se tragó su<br />

voz sin dejar rastro.<br />

«Este hombre se está muriendo», pensó Tengo. Lo sabía con sólo ver sus ojos<br />

hundidos. Había tomado la determinación de dejar de vivir. Había cerrado los ojos y<br />

se había dormido profundamente. Por mucho que le hablara, por mucho que lo<br />

animara, anular aquella decisión sería imposible. Desde un punto de vista médico,<br />

todavía estaba vivo, pero para aquel hombre la vida se había terminado. Ya no<br />

quedaba en él ningún motivo o voluntad para seguir esforzándose y prolongarla. Lo<br />

único que Tengo podía hacer era respetar el deseo de su padre y dejarlo morir en<br />

paz. Tenía el rostro muy sereno. Parecía que de momento no sentía ningún dolor.<br />

Como le había dicho el médico por teléfono, ése era su único consuelo.<br />

Con todo, Tengo debía hablarle a su padre de algo. En primer lugar, porque se lo<br />

había prometido al médico. Después de todo, había cuidado con solicitud de su<br />

padre. Y en segundo lugar —no se le ocurría una expresión más adecuada—, por una<br />

cuestión de cortesía. Durante mucho tiempo, Tengo no había tenido una<br />

conversación seria con su padre. Prácticamente no habían mantenido conversaciones<br />

cotidianas. La última vez que había hablado con él de verdad probablemente fue<br />

cuando estaba en secundaria. Después, Tengo apenas se pasaba por casa y, aunque<br />

volviera por algún asunto, hacía todo lo posible por evitar cruzarse con su padre.<br />

Pero ahora aquel hombre estaba muriéndose en silencio delante de él, en un<br />

estado de coma profundo. Al confesarle que no era su verdadero padre, por fin había<br />

conseguido librarse de una carga, e incluso parecía aliviado. «Ambos nos quitamos<br />

un peso de encima. En el último momento.»

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