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4) Había fallecido en primavera hacía dos años por una gripe maligna.<br />

Debía de haber unas cuantas posibilidades más a la hora de buscarla, aparte de<br />

ésas. Contando sólo con las guías telefónicas era imposible localizarla. No iba a<br />

investigar todas las guías japonesas. A lo mejor llegaba a Hokkaido al mes siguiente.<br />

Tenía que encontrar otro método.<br />

Tengo compró una tarjeta telefónica, entró en una de las cabinas de la compañía<br />

y llamó a la escuela primaria de Ichikawa adonde habían ido juntos. Diciendo que<br />

quería ponerse en contacto con ella para algo de una asociación de antiguos alumnos,<br />

le averiguaron la dirección que había registrada de Aomame. La amable y ociosa<br />

secretaria utilizó el registro de alumnos graduados. En quinto curso, Aomame se<br />

cambió de colegio, así que no se había graduado allí; por consiguiente, su nombre no<br />

aparecía en el registro y desconocían su dirección actual. «Pero podría averiguar su<br />

nueva dirección en aquella época. ¿Le interesa?»<br />

«Sí», dijo Tengo.<br />

Anotó la dirección y el número de teléfono. Estaba en el barrio de Adachi, en<br />

Tokio, y allí vivía el señor Takashi Tasaki. Al parecer, por aquel entonces, ella se<br />

había marchado de casa de sus padres. Seguro que había sucedido algo. Aun<br />

creyendo que no serviría de nada, Tengo probó a marcar el número. Tal y como se<br />

había imaginado, aquel teléfono no estaba operativo. Y es que habían pasado veinte<br />

años. Llamó al servicio de información telefónica y dio la dirección y el nombre del<br />

Takashi Tasaki, pero le dijeron que no había ningún número registrado con ese<br />

nombre.<br />

A continuación, Tengo intentó averiguar el número de la sede de la Asociación<br />

de los Testigos. Sin embargo, por mucho que indagó, los datos de la asociación no<br />

estaban publicados en el listín telefónico. No venían ni por Asociación de los<br />

Testigos, ni por Antes del diluvio, ni ningún nombre parecido. Tampoco encontró<br />

nada en el apartado «comunidades religiosas» de la guía telefónica de profesiones.<br />

Tras buscar desesperado durante un buen rato, llegó a la conclusión de que quizá no<br />

querían que nadie contactara con ellos.<br />

Bien pensado, resultaba extraño. Ellos acudían a la gente cuando les daba la<br />

gana. Ya estuvieras preparando un suflé, estuvieras soldando, lavándote el pelo,<br />

amaestrando un ratón o pensando en las funciones de segundo grado, a ellos les<br />

daba igual; tocaban al timbre o llamaban a la puerta y, con cara risueña, te decían:<br />

«¿Por qué no leemos juntos la Biblia?». Ellos podían visitarte tranquilamente, pero tú<br />

(mientras no quisieras hacerte devoto) no podías acudir a ellos cuando querías. Ni<br />

siquiera podías hacerles una sencilla pregunta. Aquello era el colmo del incordio.<br />

No obstante, aun averiguando su número y poniéndose en contacto con ellos,<br />

visto lo reservados que eran, dudaba mucho que fueran a ser tan amables de<br />

proporcionarle información sobre una devota en particular. Desde su punto de vista,<br />

seguro que tendrían algún motivo para mantenerse a la defensiva. La mayoría de la

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