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Un hombre que encuentra placer en violar a niñas antes de su primera regla, un<br />

robusto guardaespaldas gay, creyentes que rechazan la transfusión de sangre y se<br />

mueren por voluntad propia, una embarazada de seis meses que se suicida con una<br />

ingestión de somníferos, una mujer que asesina a hombres problemáticos mediante<br />

una punzada en la nuca con una aguja afilada, hombres que odian a las mujeres,<br />

mujeres que odian a los hombres. ¿Qué beneficios obtienen los genes de que esa<br />

gente exista? ¿Acaso disfrutan los genes de esos retorcidos episodios, como un<br />

estímulo de colores vivos, o los aprovechan con un determinado fin?<br />

Aomame no lo sabía. Lo único que sabía era que, a esas alturas, ya no podía<br />

elegir otra vida. «Pase lo que pase, no me queda más remedio que vivir esta vida. No<br />

puedo devolverla y obtener otra nueva a cambio. Por muy extraña, por muy<br />

retorcida que sea, es la forma de ser de este portador que soy yo.»<br />

«Ojalá la señora y Tsubasa fueran felices», pensó Aomame mientras caminaba.<br />

«Si con ello consiguiera que ellas dos fueran realmente felices, no me importaría<br />

sacrificarme, porque no tengo un porvenir que merezca la pena.» Pero, francamente,<br />

Aomame no creía que ellas pudieran llevar una vida tranquila en el futuro —o al<br />

menos una vida normal—. «Somos semejantes, en mayor o menor medida», pensó.<br />

«Durante el curso de nuestras vidas hemos soportado cargas demasiado pesadas. Tal<br />

y como dijo la señora, somos igual que una familia. Una amplia familia con<br />

profundos traumas en común, que alberga ciertas carencias y continúa una batalla<br />

sin fin.»<br />

Estaba pensando en ello cuando se dio cuenta de que necesitaba intensamente<br />

un cuerpo masculino. «¡Qué raro! ¿Por qué siento ganas de un hombre en semejante<br />

momento?» Mientras caminaba, agitó la cabeza hacia ambos lados. Aomame no<br />

podía juzgar si aquel subidón sexual era fruto de la tensión psíquica, si era un grito<br />

natural de los óvulos que atesoraba en su interior o si se trataba de algún complot<br />

retorcido de sus genes. No obstante, aquella ansia parecía bastante arraigada. Si fuera<br />

Ayumi, seguro que diría algo así como «quiero follar hasta decir basta». Aomame<br />

consideró qué podía hacer. Podría ir al bar de siempre y buscar al hombre adecuado.<br />

Sólo había una estación hasta<br />

Roppongi. Pero estaba demasiado cansada. Además, no iba vestida como para<br />

ligar. Había salido sin maquillaje, con unas zapatillas de deporte y una bolsa de<br />

plástico de gimnasio. «Regresaré a casa, abriré una botella de vino tinto, me<br />

masturbaré y dormiré», pensó. «Será lo mejor. Y voy a dejar de pensar en la Luna de<br />

una vez por todas.»<br />

El hombre en el asiento de enfrente del tren, desde Hiroo hasta Jiyūgaoka, era a<br />

todas luces del tipo de Aomame. Andaría, probablemente, por los cuarenta y cinco<br />

años, tenía la cabeza ovalada y el nacimiento del pelo un tanto retirado al final de la<br />

frente. Su cabeza no estaba nada mal. El color de sus pómulos era saludable y llevaba<br />

unas finas y elegantes gafas de montura negra. También tenía buen gusto para la

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