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Delante de la entrada había dispuestas unas cuantas sillas de jardín hechas de<br />

teca, y en una de ellas estaba sentado, con aire de sentirse incómodo, un hombre muy<br />

robusto. Aunque no era tan alto, de cintura para arriba parecía sorprendentemente<br />

desarrollado. Tendría alrededor de cuarenta años, llevaba la cabeza rapada y lucía un<br />

bigote bien cuidado. Traje ancho de hombros de color gris, camisa toda blanca y<br />

corbata de seda gris oscuro. Zapatos de cordobán completamente negros e<br />

impolutos. Piercing de plata en ambas orejas. No parecía ni empleado del<br />

departamento de contabilidad del ayuntamiento municipal, ni vendedor de seguros<br />

de coches. A primera vista parecía un guardaespaldas profesional y ésa era en<br />

realidad el área laboral en la que se había especializado. A veces también<br />

desempeñaba la función de chófer. Había alcanzado un dan muy alto en karate y, si<br />

era necesario, podía utilizar armas con eficacia. También sabía enseñar los colmillos<br />

bien afilados y ser más brutal que nadie. Pero normalmente era pacífico, sereno e<br />

incluso intelectual. Si lo mirabas a los ojos —en caso de que él permitiera tal cosa—,<br />

podías percibir una cálida luz.<br />

En cuanto a su vida privada, sus aficiones consistían en crear todo tipo de<br />

máquinas y coleccionar discos de rock progresivo desde los años sesenta hasta los<br />

setenta, y vivía en un rincón de Azabu con su guapo y joven novio que era<br />

peluquero. Se llamaba Tamaru. No sabía si se trataba de su apellido o de su nombre.<br />

Tampoco sabía con qué ideogramas se escribía. Pero la gente lo llamaba Tamaru.<br />

Sin levantarse de la silla, Tamaru miró a Aomame y asintió.<br />

—Buenos días —dijo Aomame. Y se sentó frente al hombre.<br />

—Parece ser que se ha muerto un hombre en un hotel de Shibuya —informó el<br />

hombre, mientras inspeccionaba el brillo de sus zapatos de cordobán.<br />

—No lo sabía —dijo Aomame.<br />

—Porque no es un caso que haya salido en los periódicos. Al parecer, fue un<br />

ataque cardiaco. El pobre apenas pasaba de los cuarenta.<br />

—Hay que tener cuidado con el corazón.<br />

Tamaru asintió.<br />

—Los hábitos diarios son muy importantes. Una vida irregular, el estrés, la falta<br />

de sueño. Esas cosas matan a la gente.<br />

—Tarde o temprano algo mata a la gente.<br />

—En teoría, así es.<br />

—¿Le habrán realizado una autopsia? —preguntó Aomame.<br />

Tamaru se inclinó y limpió del dorso de los zapatos un polvo casi imperceptible.<br />

—La policía anda ocupada en otras cosas. El presupuesto también es limitado.<br />

No disponen de margen para diseccionar todos los cadáveres limpios, sin ninguna

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