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producían esa acongojante sensación de amenaza que desprendía Tamaru. Tampoco<br />

eran invencibles. En una pelea a corta distancia, primero tendría que neutralizar al<br />

bajito rapado. Él era la pieza clave del juego. Quedándose a solas con el de la coleta,<br />

probablemente se las podría apañar de alguna manera para escabullirse.<br />

Los tres entraron en el ascensor. El de la coleta pulsó el botón del séptimo piso.<br />

El rapado estaba al lado de Aomame y el de la coleta se había colocado, de cara a los<br />

dos, en la esquina en diagonal a ellos. Todo sucedía en silencio. De manera<br />

totalmente sistemática. Como una pareja formada por un segunda base y un parador<br />

en corto haciendo de los double plays su alegría de vivir.<br />

Mientras pensaba en aquello, Aomame fue consciente de repente de que el ritmo<br />

de su respiración y los latidos del corazón se habían normalizado. «No tengo por qué<br />

preocuparme», pensó. «Soy la misma de siempre. La Aomame fría y fuerte. Todo va a<br />

salir bien. El presentimiento funesto se ha ido.»<br />

La puerta del ascensor se abrió silenciosamente. Mientras el de la coleta pulsaba<br />

el botón para mantener la puerta abierta, el rapado salió primero. Luego lo siguió<br />

Aomame y, en último lugar, el de la coleta, que salió tras soltar el botón. Entonces el<br />

rapado se puso a la cabeza y echó a andar por el pasillo. Aomame lo siguió. El de la<br />

coleta, como siempre, se mantuvo en la retaguardia. En el amplio pasillo no había ni<br />

un alma. Reinaba una tranquilidad absoluta y estaba todo limpísimo. En cualquier<br />

rincón se podía percibir que era un hotel de primera categoría. No había platos y<br />

cubiertos del servicio de habitaciones abandonados desde hacía rato frente a las<br />

puertas. Ni una sola colilla en el cenicero que estaba delante del ascensor. Las flores<br />

que adornaban los jarrones desprendían un fresco aroma, como si las hubieran<br />

acabado de cortar hacía un instante. Los tres doblaron unas cuantas esquinas y se<br />

detuvieron delante de una puerta. El de la coleta llamó dos veces con los nudillos. A<br />

continuación, sin esperar a que respondieran, abrió la puerta con una tarjeta<br />

magnética. Entró, miró a su alrededor y, después de cerciorarse de que no había<br />

ninguna anomalía, se volvió hacia el rapado y asintió con un pequeño movimiento<br />

de cabeza.<br />

—Pase, por favor —dijo secamente el rapado.<br />

Aomame entró. El rapado la siguió y cerró la puerta tras de sí. Luego, desde<br />

dentro, puso una cadena. La habitación era grande. Diferente de un cuarto de hotel<br />

normal. Había un gran tresillo con una mesa delante y un escritorio para trabajar. La<br />

televisión y la nevera también eran de envergadura. Debía de ser el recibidor de una<br />

suite especial. Desde la ventana se podía admirar el paisaje nocturno de Tokio.<br />

Seguramente les habían pedido una fortuna. Tras comprobar la hora en el reloj de<br />

pulsera, el rapado la invitó a sentarse en el sofá. Ella lo obedeció. La bolsa de deporte<br />

la colocó a su lado.<br />

—¿Desea cambiarse de ropa? —preguntó el rapado.

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