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Cabrones de espíritu retorcido, sin posibilidad de cura, en los que no encontramos<br />

un motivo para que sigan viviendo en este mundo.<br />

La anciana cerró la boca y se quedó mirando a Aomame como si penetrara en<br />

una pared de roca. Luego habló en tono sereno.<br />

—No nos queda otro remedio que hacerlos desaparecer, sea como sea. Siempre de<br />

modo que no llame la atención de la gente.<br />

—¿Eso es posible?<br />

—Existen diversas formas para que alguien desaparezca —dijo la anciana, tras<br />

medir sus palabras. Luego hizo una pausa—. Yo he establecido una forma de hacer<br />

desaparecer. A mí me funciona.<br />

Aomame reflexionó sobre ello. Pero la expresión de la anciana era demasiado<br />

ambigua.<br />

—Todas perdemos a personas queridas de manera absurda y nos dejan heridas<br />

profundas. Probablemente esas heridas del corazón no puedan curarse. Sin embargo,<br />

no podemos quedarnos sentados admirando las cicatrices para siempre. Debemos<br />

levantarnos y pasar a la acción. No por venganza personal, sino por amplia justicia.<br />

¿Qué le parece? ¿Le gustaría participar en mi causa? Necesito una colaboradora<br />

competente en quien depositar mi confianza. Alguien que pueda compartir secretos<br />

y, al mismo tiempo, llevar a cabo misiones.<br />

Aomame tardó un rato en ordenar y comprender lo que le había dicho la señora.<br />

Se trataba de una confesión y de una propuesta difíciles de creer. Y para tomar una<br />

resolución, necesitaba más tiempo. Entretanto, la anciana guardaba silencio, sin<br />

cambiar de postura, y miraba a Aomame. No tenía prisa. Parecía estar dispuesta a<br />

esperar todo lo que hiciera falta.<br />

«No me cabe duda de que esta señora debe de padecer algún tipo de demencia»,<br />

pensó Aomame. Pero no estaba loca. No sufría ninguna enfermedad mental. No, su<br />

mente era toda serenidad y permanecía estable, sin perturbaciones. Se podía<br />

corroborar con pruebas. Más que demencia, era algo semejante a la demencia. Tal vez<br />

llamarlo «obsesión por la justicia» se aproximaría a la idea. Ahora buscaba compartir<br />

con ella esa demencia, esa obsesión. Con la misma serenidad. Aomame estaba<br />

convencida de que era capaz.<br />

¿Cuánto rato había estado pensando? Inmersa en aquellos profundos<br />

pensamientos debía de haber perdido el sentido del tiempo. Sólo el corazón marcaba<br />

su paso a un ritmo fijo y firme. Aomame visitó unas cuantas salitas situadas en su<br />

interior y remontó el tiempo, como un pez que remonta el río. En ellas había escenas<br />

familiares y olores que habían permanecido en el olvido durante largo tiempo. Había<br />

nostalgia dulce y dolor amargo. Un fino rayo de luz que había entrado por algún<br />

sitio le atravesó el cuerpo de repente. Tuvo la extraña sensación de haberse hecho<br />

invisible. Al introducir las manos en la luz, el otro lado se veía transparente. El

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