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Aomame frunció un poco el ceño al aparato.<br />

—¿Por qué me hablas de repente de la Luna?<br />

—¿Es que no puedo hablar de vez en cuando de la Luna?<br />

—Claro —repuso Aomame. «Pero tú no eres de los que habla por teléfono de las<br />

beldades de la Naturaleza, a menos que sea necesario.»<br />

Tamaru se quedó callado durante un rato y luego retomó la palabra.<br />

—El otro día me hablaste de la Luna por teléfono. ¿No te acuerdas? Desde<br />

entonces no me la saco de la cabeza. Además, al mirar el cielo hace un rato estaba todo<br />

despejado, sin una nube, y la Luna estaba preciosa.<br />

«¿Y cuántas lunas había?», estuvo a punto de preguntarle Aomame. Pero<br />

renunció a la idea. Era demasiado peligroso. El otro día, Tamaru le había hablado de<br />

su pasado; de que se había criado huérfano, sin conocer siquiera el rostro de sus<br />

padres; de su nacionalidad. Fue la primera vez que conversaba tanto con Tamaru.<br />

Era un hombre que no solía contar muchas cosas sobre sí mismo. A él, Aomame le<br />

caía bien. Se fiaba de ella, a su modo. Pero era un profesional y había sido entrenado<br />

para cumplir su objetivo tomando la distancia más corta. Era mejor no abrir<br />

demasiado la boca.<br />

—Una vez terminado el trabajo, creo que puedo estar ahí sobre las siete —<br />

anunció ella.<br />

—Perfecto —dijo Tamaru—. Tendrás hambre. Como mañana el cocinero no<br />

trabaja, no te podremos ofrecer una cena decente, pero al menos te prepararé un<br />

sándwich, si te parece bien.<br />

—Gracias —dijo Aomame.<br />

—Vamos a necesitar tu carnet de conducir, el pasaporte y la tarjeta sanitaria.<br />

Quiero que los traigas mañana. Además, quiero que me des un duplicado de las<br />

llaves de tu piso. ¿Es posible?<br />

—Creo que sí.<br />

—Una cosa más: con respecto al asunto del otro día, me gustaría hablar a solas<br />

contigo. Una vez que acabes con Madame, quiero que me reserves un rato.<br />

—¿Qué asunto?<br />

Tamaru se quedó callado un instante. Fue un silencio pesado como un saco de<br />

arena.<br />

—Había algo que querías conseguir. ¿No te acuerdas?<br />

—¡Claro que me acuerdo! —contestó Aomame precipitadamente. Un rincón de<br />

su cabeza todavía estaba en la Luna.<br />

—Mañana a las siete —dijo Tamaru, y colgó el teléfono.

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