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Al día siguiente, el número de lunas no había cambiado. Una vez terminado el<br />

trabajo, después de tomarse una ducha rápido y corriendo y salir del gimnasio, pudo<br />

ver las dos lunas de tonos pálidos al este, en el cielo todavía claro. Aomame se<br />

detuvo sobre el puente peatonal que franqueaba la calle Gaien Nishi y, apoyada en la<br />

barandilla, estuvo contemplando las dos lunas durante un buen rato. Excepto ella,<br />

nadie más se había parado a admirar la Luna. La gente que pasaba por la calle sólo<br />

lanzaba miradas, extrañada, a Aomame, que estaba allí quieta, observando el cielo.<br />

Se dirigían a paso rápido hacia la estación de metro, como si no tuvieran el más<br />

mínimo interés ni por el cielo ni por la Luna. Mientras contemplaba las lunas,<br />

Aomame empezó a sentir la misma languidez que había sentido el día anterior.<br />

Pensó que debería dejar de mirarlas de esa manera. «El efecto que ejercen en mí no es<br />

bueno. Pero por mucho que me esfuerzo en no mirar, no puedo evitar sentir la<br />

mirada de las lunas en mi piel. Aunque yo no las mire, ellas me miran a mí. Ellas<br />

saben lo que voy a hacer.»<br />

La señora y Aomame tomaban café, caliente y cargado, de unas tazas antiguas<br />

decoradas. La señora vertió un poco de leche por el borde de su taza y bebió sin<br />

removerlo. No llevaba azúcar. Aomame bebió café solo, como de costumbre. Tamaru<br />

le trajo el sándwich que le había preparado, tal y como le había prometido. Venía<br />

cortado en trozos pequeños, para poder comerlos de un bocado. Aomame tomó<br />

varios trozos. Sólo era pan de centeno con pepino y queso, pero sabía a gloria.<br />

Tamaru preparaba platos sencillos de una manera refinada y precisa. Era diestro<br />

utilizando el cuchillo y sabía cortar todos los ingredientes del tamaño y del grosor<br />

apropiados. Sabía en qué orden debía realizar las operaciones. Eso bastaba para que<br />

el sabor de la comida cambiase de manera sorprendente.<br />

—¿Ha terminado de preparar las maletas? —preguntó la señora.<br />

—Doné la ropa y los libros que no me hacían falta. Lo que necesito para empezar<br />

una nueva vida lo he metido en una bolsa, para poder transportarlo rápidamente. En<br />

el apartamento sólo he dejado lo que voy a necesitar estos días: electrodomésticos,<br />

utensilios de cocina, la cama y el futón, y la vajilla y la cubertería.<br />

—De lo que deje, ya nos desharemos nosotros. En cuanto al contrato del piso y<br />

demás formalidades, no hace falta que se preocupe por nada. Puede coger sólo la<br />

maleta de mano que vaya a necesitar e irse.<br />

—¿No será mejor que diga algo en el trabajo? Seguramente sospecharán cuando<br />

un día desaparezca de repente.<br />

La señora puso tranquilamente la taza de café sobre la mesa.<br />

—Por eso tampoco hace falta que se preocupe.<br />

Aomame asintió en silencio. Cogió otro trozo de sándwich y bebió café.<br />

—A propósito, ¿tiene ahorros en el banco? —preguntó la señora.

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