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—Vamos a ir otra vez al pueblo de los gatos —dijo Fukaeri—, Así que tenemos<br />

que dormir.<br />

—No sé si seré capaz de dormir, con esta tormenta y siendo todavía las nueve<br />

pasadas... —dijo Tengo, poco convencido.<br />

Probó a pensar en problemas matemáticos. Eran problemas en los que<br />

intervenían fórmulas largas y complejas, pero ya conocía las soluciones. El ejercicio<br />

que se había propuesto era encontrar la solución por la vía más corta. Su mente<br />

operaba a toda velocidad. Era puro abuso de sus capacidades cerebrales. Así y todo,<br />

la erección no se mitigaba. Al contrario, tenía la impresión de que cada vez se ponía<br />

más y más dura.<br />

—Puedes dormir —dijo Fukaeri.<br />

Tenía razón. A pesar del fuerte chaparrón que estaba cayendo, de estar cercados<br />

por truenos que sacudían el edificio, y de su intranquilidad y la firme erección, sin<br />

darse cuenta Tengo se quedó dormido. Nunca habría imaginado que fuera posible...<br />

«Todo es un caos», pensó antes de quedarse dormido. Tenía que encontrar de<br />

algún modo la distancia más corta hasta la respuesta. El tiempo era limitado. Y el<br />

espacio dado en la hoja de respuestas, muy reducido. Tic, tac, tic, tac... El reloj<br />

marcaba íntegramente la hora.<br />

Cuando volvió en sí, estaba desnudo. Fukaeri, igual. Ambos completamente<br />

desnudos. No llevaban nada encima. Los pechos de ella trazaban de forma<br />

maravillosa dos semiesferas perfectas. Dos semiesferas intachables. Los pezones no<br />

eran demasiado grandes. Aún eran blandos y buscaban silenciosamente y a ciegas la<br />

forma perfecta que estaba por venir. Sus pechos no sólo eran grandes, sino que<br />

también habían alcanzado ya la madurez. Además, parecía que apenas recibían el<br />

impacto de la fuerza de gravedad. Ambos pechos apuntaban bellamente hacia arriba.<br />

Como un nuevo brote de una enredadera buscando la luz del sol. Lo siguiente en lo<br />

que se fijó Tengo fue que no tenía vello púbico. En el lugar en donde debería<br />

encontrarse el vello sólo había piel blanca tersa y desnuda. La blancura de esa piel<br />

acentuaba en demasía su indefensión. Como tenía las piernas abiertas, al fondo se<br />

podía ver su sexo. Igual que sus orejas, parecía recién hecho. En realidad, quizás<br />

acababa de ser hecho. «Las orejas recién hechas y los sexos recién hechos se parecen<br />

mucho», pensó Tengo. Ambos apuntaban hacia el aire, como si pusieran toda su<br />

atención en captar algo. Por ejemplo, el tenue ruido de una campana sonando a lo<br />

lejos.<br />

Él estaba tendido boca arriba sobre la cama, mirando hacia el techo. Fukaeri se<br />

había montado encima de él. La erección de Tengo todavía duraba. También seguía<br />

tronando. ¿Hasta cuándo iba a durar? Tal y como tronaba, ¿acaso no debería estar el<br />

cielo hecho añicos a esas alturas, de manera que nadie pudiera repararlo ya?<br />

«Estaba durmiendo», se acordó Tengo. «Me he dormido empalmado y aún sigo<br />

empalmado. ¿Se habrá mantenido la erección mientras dormía o, tras calmarse, ha

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