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La inseguridad, la esperanza y el miedo se habían esparcido por toda el aula<br />

vacía y se ocultaban dentro de diferentes objetos, como pequeñas criaturas medrosas.<br />

La pizarra con fórmulas matemáticas a medio borrar, los pequeños fragmentos de<br />

tiza, las cortinas cutres quemadas por el sol, las flores en el jarrón de la tarima del<br />

profesor (no recordaba qué flores eran), los dibujos que habían pintado los niños,<br />

clavados en la pared con chinchetas; el mapamundi colgado detrás de la tarima, el<br />

olor del suelo encerado, las cortinas meciéndose, los gritos de alegría que entraban<br />

por la ventana... Tengo era capaz de reproducir aquella escena detalladamente en su<br />

cabeza. Era capaz de recorrer con la mirada cada augurio, cada intriga y cada enigma<br />

allí presentes.<br />

Durante las decenas de segundos en los que Aomame le agarró la mano, Tengo<br />

había mirado un montón de cosas y había grabado sus imágenes en la retina con la<br />

precisión de una cámara fotográfica. Era una escena básica que le había permitido<br />

sobrevivir a una adolescencia llena de sufrimiento. Esa escena siempre iba<br />

acompañada del fuerte roce de los dedos de la niña. La mano derecha de ella siempre<br />

había alentado a Tengo, que se había hecho adulto a base de sufrimiento. «Tranquilo,<br />

estoy en ti.» Eso es lo que le transmitía aquella mano.<br />

No estás solo.<br />

«Está escondida», había dicho Fukaeri. «Como una gata herida.»<br />

Bien pensado, era una extraña coincidencia. Fukaeri también se escondía allí. No<br />

salía para nada del piso de Tengo. Las dos se ocultaban igualmente en aquel rincón<br />

de Tokio. Huían de algo. Ambas mantenían una relación profunda con Tengo.<br />

¿Habría algún factor en común o sería una simple coincidencia?<br />

Por supuesto, no obtenía respuestas. Sólo surgían preguntas sin destino alguno.<br />

Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. Lo mismo de siempre.<br />

Cuando se terminó la cerveza, un joven dependiente se acercó a él y le preguntó<br />

si deseaba otra cosa. Tras titubear un instante, Tengo pidió un bourbon on the rocks y<br />

otro bol de frutos secos. «Sólo tenemos Four Roses, ¿le importa?» Tengo dijo que no.<br />

Le valía cualquier whisky. Entonces volvió a pensar en Aomame. Un apetitoso olor a<br />

pizza horneada venía de la cocina que había al fondo del local.<br />

«¿De quién demonios se esconderá Aomame? Puede que huya de las<br />

autoridades judiciales», pensó Tengo. Pero Tengo no podía creer que se hubiera<br />

convertido en una delincuente. ¿Qué clase de crimen podía haber cometido? No, no<br />

se trataba de la policía. Los que le seguían el rastro, fueran quienes fuesen, no tenían<br />

ninguna relación con la Ley.<br />

«¿Y si fueran los mismos que persiguen a Fukaeri?», se le ocurrió de pronto a<br />

Tengo. «¿La Little People? Pero ¿por qué motivo iba a perseguir la Little People a<br />

Aomame?

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