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—Gracias. Me basta con saber eso —le dijo Aomame al barman. Éste esbozó una<br />

sonrisa profesional, como un signo de puntuación preciso, y volvió a su trabajo.<br />

—¿Te interesa la policía? —preguntó el hombre de mediana edad.<br />

—No se trata de eso —respondió Aomame, y se escabulló—. Es que no me<br />

acordaba.<br />

Ambos dieron un trago a las bebidas que acababan de traerles, él al highball y ella<br />

al on the rocks. El hombre le habló de yates. Tenía uno pequeño fondeado en el puerto<br />

deportivo de Nishinomiya, en la prefectura de Hyogo. En vacaciones salía con él al<br />

mar. El hombre le contaba con pasión lo estupendo que era sentir el viento, solo, en<br />

medio del océano. Aomame no quería oír hablar de yates de mierda. Antes preferiría<br />

que le hablara sobre la historia del rodamiento de bolas o sobre la distribución de<br />

recursos minerales en Ucrania. Miró su reloj de pulsera.<br />

—Ya se hace tarde y me gustaría hacerte una pregunta, francamente.<br />

—De acuerdo.<br />

—La verdad es que se trata de algo bastante personal.<br />

—Mientras pueda responderte...<br />

—¿La tienes grande?<br />

El hombre se quedó boquiabierto, entrecerró los ojos y observó a Aomame un<br />

rato. Parecía incapaz de creerse lo que acababa de oír. Pero la expresión de la cara de<br />

Aomame era completamente seria. No le estaba gastando una broma. Lo supo al<br />

mirarla a los ojos.<br />

—Pues —le respondió muy seriamente—, no sé, pero creo que debe de ser<br />

normal. Si me lo preguntas así, de pronto, no sé qué contestarte...<br />

—¿Cuántos años tienes? —preguntó Aomame.<br />

—Acabo de cumplir cincuenta y un años, el mes pasado —contestó el hombre<br />

con voz titubeante.<br />

—Tienes una sesera común y corriente, has vivido más de cincuenta años, tienes<br />

un empleo como cualquier otro, hasta tienes un yate, ¿y no eres capaz de decirme si<br />

la tienes más grande o más pequeña que la media?<br />

—Pues quizá sea un poco más grande de lo normal —dijo con titubeos tras<br />

pensárselo un poco.<br />

—¿De veras?<br />

—¿Por qué te preocupa eso?<br />

—¿Preocuparme? ¿Quién ha dicho que me preocupe?<br />

—No, nadie, pero... —dijo el hombre echándose un poco hacia atrás en el<br />

taburete—. Es que parece como si ahora eso fuera un problema.

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