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matices más importantes. Nunca se lo había contado a nadie y seguramente nunca lo<br />

haría.<br />

—Al fin y al cabo —dijo su novia mayor—, cuando pertenecemos al bando<br />

mayoritario de los que excluyen, todos estamos más tranquilos que cuando<br />

pertenecemos a la minoría de los excluidos. «¡Buf! Menos mal que ése no soy yo»,<br />

pensamos. Básicamente, ocurre lo mismo en todas las épocas y en todas las<br />

sociedades; sólo que, cuando se está en un bando con mucha gente, acaba por no<br />

dársele demasiada importancia.<br />

—Cuando se está en el bando de la minoría, no se puede evitar darle<br />

importancia.<br />

—Es cierto —dijo ella, con voz apesadumbrada—, Pero, por lo menos, si te<br />

encuentras en esa situación, quizá puedas utilizar la cabeza por ti mismo.<br />

—Quizás utilizas la cabeza para no dejar de pensar en el embrollo en el que estás<br />

metido.<br />

—Eso es un problema.<br />

—Es mejor no tomárselo demasiado a pecho —dijo Tengo—. Al final, tampoco<br />

será tan horrible. Seguro que habrá unos cuantos niños más en la clase que piensen<br />

por sí mismos.<br />

—Sí —dijo ella. Luego se puso a cavilar sola durante un rato.<br />

Tengo esperó pacientemente, con el teléfono pegado a la oreja, a que ella<br />

ordenara sus pensamientos.<br />

—Gracias. Hablar contigo me ha aliviado un poco —dijo ella poco después.<br />

Como si se hubiera acordado de algo.<br />

—A mí también me ha aliviado un poco —dijo él.<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque he hablado contigo.<br />

—Hasta el viernes que viene —dijo ella.<br />

Tras colgar, Tengo salió de casa, se acercó al supermercado del barrio y compró<br />

comida. Volvió a su piso cargando con todo en una bolsa de papel, envolvió las<br />

verduras y el pescado, uno por uno, con film transparente y los metió en la nevera.<br />

Más tarde, mientras preparaba la cena escuchando música por la radio, sonó el<br />

teléfono. Que en un día lo llamasen cuatro veces era sumamente raro. Tales días<br />

podían contarse con los dedos de la mano en un año. Esa vez era Fukaeri.<br />

—Lo del domingo que viene —dijo ella sin prolegómenos.

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