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—El profesor siempre lo escucha.<br />

—¿El profesor? —dijo Tengo—. ¿Un profesor del instituto?<br />

Fukaeri no contestó. Se quedó mirando a Tengo con expresión de que era<br />

demasiado pronto para hablar de aquello.<br />

A continuación se quitó el abrigo, de improviso. Se retorció y se desembarazó de<br />

él, como cuando un insecto muda de piel, para luego colocarlo, sin doblar, sobre la<br />

silla contigua. Debajo del abrigo vestía un fino jersey verde claro de cuello redondo y<br />

unos vaqueros blancos. No llevaba complementos, ni maquillaje. Sin embargo,<br />

llamaba la atención. Era esbelta, pero, en cuanto a sus proporciones, el tamaño de sus<br />

pechos atraía irremediablemente las miradas. También tenían una forma muy bella.<br />

Tengo tuvo que esforzarse para no mirárselos; pero, de forma inadvertida, ya se le<br />

habían desviado los ojos. Era como si mirara, sin poder evitarlo, el centro de un gran<br />

vórtice.<br />

Les sirvieron las copas de vino blanco. Fukaeri bebió un trago. Luego, tras<br />

contemplar la copa, ensimismada, la posó sobre la mesa. Tengo sólo lo cató. A<br />

continuación, tenían un asunto importante del que hablar.<br />

Fukaeri se llevó las manos al pelo, liso y moreno, y se lo atusó durante un rato<br />

sujetándolo entre los dedos. Era un gesto espléndido. Tenía unos dedos estupendos.<br />

Cada uno de aquellos finos dedos parecía dueño de su propia voluntad y principios.<br />

Incluso podía sentirse en ellos cierto hechizo.<br />

—¿Que qué me gusta de las matemáticas? —se interrogó Tengo a sí mismo otra<br />

vez, para desviar la atención de los dedos y el pecho de la chica—. Las matemáticas<br />

son como una corriente de agua. Existen diversas teorías complicadas, es cierto, pero<br />

la lógica básica es muy sencilla. De igual modo que el agua fluye desde un lugar<br />

elevado hacia otro más bajo tomando la distancia más corta, sólo hay una corriente<br />

matemática. Al observar con atención, el curso se hace visible por sí solo. Basta con<br />

que mires fijamente. No tienes que hacer nada más. Si te concentras y aguzas la vista,<br />

todo se aclara. En este mundo no hay nada, salvo las matemáticas, que me trate con<br />

tanta amabilidad.<br />

Fukaeri se puso a pensar durante un rato sobre lo que acababa de escuchar.<br />

—Por qué escribes novelas —preguntó con una voz carente de entonación.<br />

Tengo transformó la pregunta de Fukaeri en oraciones más largas.<br />

—O sea, que si me gustan tanto las matemáticas, no tengo ninguna necesidad de<br />

esforzarme por escribir novelas; que podría dedicarme exclusivamente a las<br />

matemáticas. ¿Es eso lo que quieres decir?<br />

Fukaeri asintió.<br />

—Vamos a ver. La vida real es diferente a las matemáticas. En ella, las cosas no<br />

siempre toman el camino más corto. Las matemáticas son para mí..., cómo podría

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