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poner su cuerpo en orden. Ellos dos no tenían más remedio que aguardar a que<br />

finalizase. Quizá se tratara de un proceso necesario para despertarse.<br />

Al cabo de un instante, aquella forma de respirar cesó poco a poco, como cuando<br />

una gran máquina deja de funcionar. El intervalo entre respiración y respiración se<br />

fue agrandando de forma progresiva, y al final expulsó aire durante un buen rato,<br />

como si lo exprimiera. Un profundo silencio se hizo de nuevo en la habitación.<br />

—Ya es la hora —dijo por tercera vez el rapado.<br />

La cabeza del hombre se movió despacio. Parecía que miraba de frente al rapado.<br />

—Puedes irte —dijo. Tenía voz de barítono, clara y resonante. Resuelta y sin<br />

ambigüedades. Parecía que el cuerpo ya estaba completamente despierto.<br />

El rapado hizo una ligera reverencia en medio de la oscuridad y salió de la<br />

habitación igual que había entrado, sin hacer ningún movimiento en balde. La puerta<br />

se cerró y sólo quedaron Aomame y el hombre.<br />

—Siento que tengamos que estar a oscuras —dijo el hombre. Probablemente se<br />

dirigía a Aomame.<br />

—No importa —dijo Aomame.<br />

—Es necesario que sea así —comentó en un tono suave—. Pero no te preocupes.<br />

No te voy a hacer ningún daño.<br />

Aomame asintió en silencio. Luego recordó que estaban a oscuras y dijo un<br />

«Vale». Su voz parecía un tanto más rígida y aguda que de costumbre.<br />

A continuación, el hombre observó a Aomame en la oscuridad durante un rato.<br />

Ella sentía cómo estaba siendo observada intensamente. Era una mirada precisa y<br />

certera. Más que mirarla, quizá sería más apropiado decir que la «escudriñaba».<br />

Parecía que aquel hombre podía obtener una visión general de todo su cuerpo, de<br />

arriba abajo. En un instante se había sentido como si la hubiera despojado de todo lo<br />

que llevaba puesto y la hubiera dejado completamente desnuda. Su mirada no sólo<br />

se había extendido por su piel, sino que también había alcanzado sus músculos, sus<br />

vísceras y su útero. «Este hombre puede escudriñar en la oscuridad», pensó ella.<br />

«Escudriña más allá de lo que sus ojos ven.»<br />

—En la oscuridad las cosas se ven aún mejor —dijo el hombre, como si le leyera<br />

el pensamiento a Aomame—. Pero si uno pasa demasiado tiempo a oscuras, se hace<br />

difícil regresar al mundo de la luz terrestre. En cierto momento hay que ponerle fin.<br />

Entonces volvió a inspeccionar a Aomame durante otro rato. No se percibía en él<br />

ningún indicio de deseo sexual. El hombre simplemente la escudriñaba como a un<br />

objeto. Era como si un tripulante de un barco contemplara desde la cubierta la forma<br />

de la isla junto a la que está pasando. Pero este tripulante no era uno normal y<br />

corriente. Él intentaba adivinarlo todo sobre la isla. La prolongada exposición a<br />

aquella cortante y despiadada mirada hizo que Aomame sintiera lo imperfecto e

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