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—¿Y qué sabe ella de mí?<br />

—Le conté lo básico. Que tienes veintinueve o treinta años, estás soltero y<br />

trabajas como profesor de matemáticas en una academia en Yoyogi. Que eres<br />

corpulento, pero no eres mal tipo. Que no vas por ahí comiéndote a las chicas<br />

jovencitas. Llevas una vida humilde y tienes una mirada afable. Y que me encantan<br />

las obras que escribes. Eso fue, más o menos, lo que le conté.<br />

Tengo lanzó un suspiro. En cuanto intentaba pensar en algo, la realidad se le<br />

acercaba y se alejaba de nuevo.<br />

—Oiga, señor Komatsu, ¿puedo volver ya a la cama? Pronto va a ser la una y me<br />

gustaría dormir al menos un poco antes de que se haga de día. Mañana por la<br />

mañana doy tres clases.<br />

—Claro. Buenas noches —dijo Komatsu—. Que duermas bien. —Y colgó el<br />

teléfono, sin más.<br />

Tengo se quedó contemplando durante un rato el auricular que tenía en la mano<br />

y luego lo devolvió a su sitio. A ser posible, quería dormirse cuanto antes. A ser<br />

posible, quería dormir bien. Pero sabía que, después de que lo hubieran despertado a<br />

esas horas y de que lo hubieran metido en aquel follón, no le resultaría tan fácil<br />

conciliar el sueño. Existía, por otra parte, la opción de echar un trago y dormir, pero<br />

no tenía ganas de beber. Al final bebió un vaso de agua, se metió en la cama,<br />

encendió la luz y se puso a leer un libro. Su intención era leer hasta quedarse<br />

dormido, pero concilio el sueño antes del amanecer.<br />

Una vez que terminaron las tres clases en la academia, fue a Shinjuku en tren.<br />

Compró varios libros en la librería Kinokuniya y se dirigió a Nakamura-ya. En la<br />

entrada, dio el nombre de Komatsu y lo condujeron hasta una tranquila mesa<br />

apartada. Fukaeri aún no había llegado. Tengo dijo al camarero que esperaría hasta<br />

que llegara su acompañante. Cuando el camarero le preguntó si deseaba beber algo<br />

mientras esperaba, Tengo le dijo que no quería nada. El camarero le dejó agua y el<br />

menú, y se fue. Tengo abrió uno de los libros que acababa de comprar y se puso a<br />

leer. Era un libro sobre brujería. Trataba de la función de las maldiciones en la<br />

sociedad japonesa. La maldición había desempeñado un papel fundamental en las<br />

comunidades de antaño. El cometido de la maldición era subsanar y complementar<br />

los defectos e incoherencias del sistema social. Parecían épocas bastante divertidas.<br />

Dieron las seis y cuarto y Fukaeri aún no había aparecido. Tengo seguía leyendo,<br />

sin preocuparse demasiado. No le sorprendía que se retrasara. Aquel asunto, en sí<br />

mismo, era absurdo. Nadie podía quejarse porque evolucionara de forma absurda.<br />

No sería extraño que la chica hubiera cambiado de parecer y no se presentara. La<br />

verdad es que el hecho de que no apareciera era de agradecer. Así todo resultaría<br />

más fácil. Bastaría con comunicarle a Komatsu que había estado esperando durante<br />

una hora, pero que Fukaeri no se había presentado. Tengo no sabía qué haría

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