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Después, examinó con cuidado las existencias de diversos productos. Papel<br />

higiénico, pañuelos de papel, detergentes, bolsas de la basura... No faltaba nada. Se<br />

habían preocupado de comprar de todo. De los preparativos seguramente se había<br />

encargado una mujer. Se podía observar la atención propia de una experta ama de<br />

casa. Habían calculado de forma minuciosa, hasta el último detalle, qué necesitaba<br />

una soltera sana de treinta años para vivir sola allí durante un corto periodo de<br />

tiempo. No podía haber sido un hombre. Aunque era posible que lo hubiera hecho<br />

un gay cuidadoso y perspicaz.<br />

El armario para la ropa de cama del dormitorio estaba provisto de sábanas,<br />

mantas, edredones y almohadas de repuesto. Todo olía a artículo recién comprado y,<br />

por supuesto, todo era blanco y liso. Habían prescindido de cualquier<br />

ornamentación. El gusto y la personalidad no eran necesarios en aquel caso.<br />

En la sala de estar había un televisor, un vídeo y una minicadena. También<br />

habían instalado un tocadiscos y un casete. En la pared opuesta a la ventana había un<br />

aparador de madera que le llegaba por la cintura; al agacharse y abrirlo, vio unos<br />

veinte libros bien colocados. No sabía quién había sido, pero alguien se había<br />

preocupado por que no se aburriera mientras permaneciera allí oculta. Habían sido<br />

escrupulosos. Todos los libros eran de tapa dura y estaban nuevos; ni rastro de haber<br />

sido hojeados. Echó un vistazo a los títulos, y observó que en general se trataba de<br />

novedades editoriales de las que se había hablado hacía poco. A pesar de que<br />

seguramente los habían elegido entre una pila de libros de una librería grande, se<br />

percibían ciertos criterios en la selección. Aunque no llegaba a ser gusto, había<br />

criterio. Las obras de ficción y de no ficción se repartían más o menos a partes<br />

iguales. La selección incluía La crisálida de aire.<br />

Aomame asintió brevemente, sacó aquel libro y se sentó en el sofá de la sala de<br />

estar. Los suaves rayos de sol incidían sobre el sofá. No era un libro grueso. Era<br />

ligero, y las letras grandes. Observó la portada y el nombre de la autora impreso en<br />

ella, Fukaeri; tanteó su peso colocándolo sobre la palma de la mano y leyó el reclamo<br />

escrito en la faja del libro. Luego lo olió. Tenía el olor característico de los libros<br />

nuevos. Aunque su nombre no estaba impreso en la obra, contenía la presencia de<br />

Tengo. El texto impreso había pasado por el cuerpo de Tengo. Después de relajarse,<br />

Aomame abrió el libro por la primera página.<br />

La taza de té y la Heckler & Koch estaban al alcance de su mano.

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