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vieron expuestos a una intensa luz candente. «Con este tipo agarrándome el brazo<br />

derecho no puedo alcanzar la pistola. Si algo ocurre, estoy perdida. Él percibe que he<br />

hecho algo. Intuitivamente es consciente de que dentro de la habitación ha pasado<br />

algo. No sabe qué, pero algo terrible e inconveniente. Su instinto le comunica: "Tienes<br />

que detener a esta mujer". Le ordena que me derribe al suelo, que me aplaste con<br />

fuerza y que, de momento, me disloque el hombro. Pero no es más que intuición. No<br />

tiene pruebas fehacientes. Si fuera una simple equivocación, se vería en una situación<br />

muy comprometida.» Titubeó muchísimo y al final desistió. «El que toma decisiones<br />

y da instrucciones es exclusivamente el rapado; él no está capacitado.» Controló a la<br />

desesperada el impulso de la mano derecha y aflojó los hombros. Aomame pudo<br />

intuir con claridad la serie de fases por la que pasó la mente del hombre de la coleta<br />

durante uno o dos segundos.<br />

Aomame salió al pasillo cubierto por una alfombra. Sin volverse hacia atrás,<br />

caminó con calma por el pasillo hacia el ascensor. Parecía que el de la coleta había<br />

asomado la cabeza por la puerta y estaba siguiendo sus movimientos con la mirada.<br />

Aomame sentía en su espalda aquella mirada afilada como una cuchilla. Sentía una<br />

comezón terrible en todos los músculos, pero no se dio la vuelta. No podía volverse.<br />

Al doblar la esquina del pasillo, la energía que la oprimía por fin se desvaneció. Sin<br />

embargo, aún no estaba tranquila. No sabía qué iba a suceder a continuación. Pulsó<br />

el botón para llamar el ascensor y, mientras llegaba (tardó casi una eternidad), se<br />

llevó la mano a la espalda y agarró la culata de la pistola. Para sacarla en cualquier<br />

momento en caso de que el de la coleta hubiera cambiado de parecer y siguiera sus<br />

pasos. Antes de que aquellas robustas manos la atraparan, tendría que pegarle un<br />

tiro sin vacilar. O pegarse un tiro a sí misma sin vacilar. Aomame no decidió por cuál<br />

de las dos opciones decantarse. Probablemente no lo haría hasta el último momento.<br />

Pero nadie la seguía. Los pasillos del hotel permanecían muertos, en silencio. El<br />

ascensor se abrió con un ruido metálico y Aomame se metió en él. Pulsó el botón<br />

para bajar al hall y esperó a que la puerta se cerrara. Mordiéndose el labio inferior,<br />

miraba fijamente la indicación del número de los pisos. Salió del ascensor, atravesó el<br />

amplio hall y se subió en uno de los taxis que esperaban a los clientes a la salida.<br />

Aunque había escampado del todo, el coche goteaba por todas partes, como si<br />

hubiera pasado por debajo del agua. «A la salida oeste de la estación de Shinjuku», le<br />

dijo Aomame al conductor. Cuando el taxi arrancó y se alejó del hotel, ella expulsó<br />

todo el aire que había acumulado en su cuerpo. Luego cerró los ojos y vació su<br />

mente. No quería pensar en nada durante un rato.<br />

Sintió una fuerte náusea. Sintió que algo en el estómago le subía hasta la<br />

garganta. Pero se las arregló para enviarlo de nuevo al fondo. Pulsó el botón para<br />

entreabrir la ventanilla y se llenó los pulmones del aire húmedo nocturno. Se apoyó<br />

contra el asiento y respiró hondo varias veces. Notaba en la boca un olor funesto.<br />

Olía como si algo en su cuerpo hubiera comenzado a pudrirse.

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