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En una televisión de gran tamaño instalada en la pared del local se emitían<br />

imágenes de Queen. A Aomame no le gustaba demasiado la música de Queen. Por<br />

eso procuraba no dirigir la vista hacia allí. También se esforzaba en no escuchar la<br />

música que salía de los altavoces. Cuando por fin se terminó Queen, le tocó el turno a<br />

unas imágenes de Abba. «¡Vaya!», pensó Aomame. Tenía la impresión de que iba a<br />

ser una mala noche.<br />

Aomame conoció a la anciana de la Villa de los Sauces en el club de deportes en<br />

el que estaba empleada. La señora había participado en las clases de defensa personal<br />

que ella impartía. Las clases radicales centradas en el ataque al muñeco que habían<br />

durado tan poco. Era menuda y la más anciana de toda la clase, pero se movía con<br />

agilidad y daba unas patadas secas. Aomame pensaba que, a la hora de la verdad,<br />

aquella mujer seguramente podría patearle los testículos a cualquier hombre sin<br />

titubear. Sin hablar más de la cuenta y sin rodeos. Era algo de la señora que a<br />

Aomame le agradaba.<br />

—Cuando se llega a mi edad, ya no hace mucha falta defenderse —le dijo a<br />

Aomame al acabar unas clases, y esbozó una elegante sonrisa.<br />

—No es una cuestión de edad —respondió Aomame, resuelta—. Se trata de una<br />

manera de vivir. Estar siempre en disposición de protegerse es importante. Una no<br />

puede resignarse a ser atacada. La debilidad crónica corroe a las personas.<br />

La anciana miró a Aomame a los ojos durante un buen rato sin decir nada. Lo<br />

que dijo Aomame o tal vez el tono de su voz parecía haberle causado una fuerte<br />

impresión. A continuación asintió con calma.<br />

—Lo que dices es correcto. Tienes razón. Tu forma de pensar es muy sólida.<br />

Varios días después, Aomame recibió un sobre. Fue en la recepción del club<br />

donde se lo entregaron. Dentro había una carta breve, escrita bellamente a mano, con<br />

el nombre de la anciana y su número de teléfono. Le decía que lo más probable es<br />

que estuviera ocupada, pero que si tenía un momento libre, le agradecería que se<br />

pusiera en contacto con ella.<br />

Un hombre que parecía el secretario se puso al teléfono. Cuando Aomame le<br />

comunicó su nombre, él cortó la extensión sin decir nada. La anciana se puso al<br />

teléfono y le agradeció que la hubiera llamado. «Si no le supone ninguna molestia,<br />

estaba pensando si podríamos ir a comer a algún sitio las dos juntas. Me gustaría que<br />

habláramos con calma, a solas», le dijo. «Con mucho gusto», respondió Aomame.<br />

«Entonces, ¿qué le parece mañana por la noche?», preguntó la anciana. Aomame no<br />

tenía ningún inconveniente. Tan sólo se preguntó extrañada de qué querría hablarle<br />

a ella.<br />

Las dos cenaron juntas en un restaurante francés situado en una zona tranquila<br />

de Azabu. La señora debía de ser una vieja dienta del local. Las hicieron pasar a una<br />

mesa excelente en el fondo y un camarero entrado en años, que debía de ser conocido

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