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«Pero ¿quién demonios puede salvar a toda la humanidad?», pensó Tengo.<br />

¿Acaso eran capaces de reunirse en un lugar todas las divinidades mundiales y<br />

eliminar todas las armas nucleares y erradicar el terrorismo? Ni mucho menos, ¿pues<br />

no habían roto su amistad esas divinidades y habían iniciado una violenta disputa,<br />

incapaces de terminar con la sequía en África o de resucitar a John Lennon? Es más,<br />

el mundo se había convertido posiblemente en un lugar más caótico. Teniendo en<br />

cuenta la impotencia por haber provocado tal situación, ¿acaso no era un pecado<br />

menor el hecho de hacer flotar a la gente durante un rato en un misterioso mar de<br />

preguntas?<br />

Tengo leyó la mitad de las críticas de La crisálida de aire que Komatsu le había<br />

enviado, dejó las demás y las guardó en el sobre. Leyendo la mitad podía hacerse<br />

una idea aproximada de lo que habían escrito en las demás. La crisálida de aire había<br />

cautivado a mucha gente. Había cautivado a Tengo, a Komatsu, al profesor Ebisuno<br />

y a un sorprendente número de lectores. ¿Qué más necesitaba saber?<br />

Pasadas las nueve de la noche del martes, sonó el teléfono. Tengo estaba leyendo<br />

y escuchando música. Era su momento preferido del día. Leía cuanto le apetecía y,<br />

cuando se cansaba, se ponía a dormir.<br />

Aunque hacía tiempo que no oía el timbre del teléfono, le pareció que no<br />

auguraba nada bueno. No era Komatsu quien llamaba. Las llamadas de Komatsu<br />

sonaban diferente. Durante un instante, Tengo no supo si contestar o no. Lo dejó<br />

sonar cinco veces. Luego levantó la aguja del disco que estaba sonando y cogió el<br />

teléfono. Quizá fuera su novia.<br />

—¿Es ésta la casa del señor Kawana? —preguntó un hombre. Era una voz suave<br />

y profunda de un hombre de mediana edad. No le sonaba.<br />

—Sí —respondió Tengo con cautela.<br />

—Siento llamarlo a estas horas. Me llamo Yasuda —dijo el hombre en un tono<br />

neutral; ni amistoso ni hostil. No era un tono de tipo administrativo, ni tampoco<br />

familiar.<br />

¿Yasuda? No le sonaba ese apellido.<br />

—Lo llamo para comunicarle algo —dijo. Entonces hizo una breve pausa, como<br />

si introdujera un punto de libro entre las páginas de una novela—. Me temo que mi<br />

esposa ya no podrá ir a visitarlo a su casa. Esto es todo lo que quería decirle.<br />

De repente, Tengo se dio cuenta. Yasuda era el apellido de su novia. Kyōko<br />

Yasuda, ése era su nombre completo. Como ella había mencionado su apellido<br />

delante de Tengo muy pocas veces, le llevó tiempo recordarlo. Aquel hombre era su<br />

marido. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta.<br />

—¿Lo ha comprendido? —preguntó el hombre. Su voz no encerraba ningún<br />

sentimiento. Al menos Tengo no percibía nada que se le pareciera. Sólo quedaba la

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