TIMOS Yliras - DSpace CEU

ARO 1808. -105
do noche, una estrepitosa algazara , y era José que venia de Ña­
póles , ignorando también el motivo. Tan caprichoso fué Napoleón
en callar la preñez de su mente hasta el momento mismo de parir.
Hete , pues ,^á los pobres diputados, totíos confusos y sin saber
que hacerse , cuando oyeron decir á Napoleón que su congrega­
ción en aquel sitio tenia por único objeto felicitar al recien venido
y reconocerle por rey. ¿Reconocerle T Bueno , está corriente; ¿pe­
ro felicitarle? Imposible. Para eso es precise pronunciar elocuen­
tes y sublimes discursos , y eso no se hace sin preiraracion-, ¿ No
habrá un dia de plazo siquiera i? Nada , no hay un dia , ni medio,
ni un cuartillo de dia tampoco. Napoleón está interesado en
que se haga todo á galope, y hace entrar en la sala á José , sin
darle tiempo para descansar, ni para limpiarse las botas. El prime­
ro que le felicita es el Duque del Infantado con toda la Grandeza á
la cola , y por poco le cuesta la cabeza su manera de hablar algo
equívoca. ¿Restricciones mentales á mí? dice Napoleón alborata-
do: ¿ quiere V. que le cuelgue, señor Duque?.' A estas palabras
quedan todos estupefactos, y el ilustre orador modifica su dicho,
y reconoce al rey sin restricciones. Los magistrados representan­
tes del ilustre Consejo de Castilla, aprenden con esto á ser cautos
y á improvisar mejor que la Grandeza. Luego sigue Elhenard , y
se luce con su inquisitorial razonamiento á nombre de la Inquisi­
ción. El Duque del Parque, por último, alza la voz á nombre del
ejército, y por cierto que lo hace lindamente. José contesta afable
á todo el mundo, y se luce también como orador, solo que como
habla de repente, se olvida á veces de que su misión es regenerar
españoles, y por poco no dice á Ethenard que entre todas las di­
chas del mundo, la mayor es sin duda el Santo Oficio. Y listo, y
cada cual par donde, entró: bien ó mal, ó como quiera que sea, la
augusta ceremonia ha concluido.