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Aflo 1808. 451
Lejos de mí creer conveniente la resurrección en un lodo de
lo que lia dejado de ser en las demás provincias de España; y
aun menos desear su dispersión, su fraccionamiento local, sin
un lazo común que las una. El mar y el Pirineo están diciendo
que son todas una misma nación , y que lo deben ser á ley de
hermanas. Gibraltar en poder del inglés y Portugal formando
causa aparte de la comunidad peninsular, son dos reconvenciones,
dos insultos, á la gran unidad española. Cuenta, empero , con
dar por unidad lo que no lo es en España sino solamente en el
nombre. La hermandad de nuestras provincias no exijo, á mi
modo de ver, esa uniformidad inflexible á que unos en sentido ab­
solutista,)' oíros con altas miras liberales,se han empeñado en suje­
tarlo lodo. Tres siglos de capricho desposeo no han podido hacer
todavía que el gallego sea andaluz, estreme ño el aragonés , caste­
llanos los hijos de Navarra , leonés ó manchego el catalán. Trs¿j
ensayos durante este siglo para aclimatar en España la libertad
de los pueblos modernos , no han podido tampoco alcanzar que la
plañía quedase arraigada , y no á fe por falta de esfuerzos de par­
te de las almas generosas que proclamaban la emancipación de
un país lanto tiempo esclavizado. ¿ Mas qué sirve el empeño
que lucha contra las condiciones naturales ? El sistema unitario
francés, admirable cual yo le reconozco relativamente á su suelo,
no conviene ni puede convenir, mientras España sea lo que es,
á todas las provincias de España.
Al insurreccionarse estas en 1808 , carecian de un centro
común, del cual emanasen las órdenes que diesen vida y alma
al movimiento. Ellas no obstante se movieron todas , y lo hicieron
sin mas excitación que el patriotismo de localidad. El centralizador
por excelencia, el gran Napoleón Bonaparte, vio deshechas y
rotas sus huestes ante el esfuerzo individual, aislado, de las su-