TIMOS Yliras - DSpace CEU

.4?¡o 181 í. 505
hombre de gobierno, quería tenerlas sujetas á la autoridad de las
Cortes, y corno esas atribuciones...
—Pues mire usted i vecino j ahora caigo en que el Conde tiene
razón. ¿Rabian de ser soberanas las juntas proviniales de que
hablamos, después de declarar el Congreso que en él y solamente
en éi residía la soberanía?
—Perdone usted, Don Bueso: en las Cortes podia residir el ujiesí
cicio de la soberanía en cuestión, mas la soberanía en sí misma re­
side solamente en los pueblos. Ahora bien: TorenO discurre como
hombre de gobierno en un sentido, es decir, en sentido monár­
quico con el adjunto de constitucional, y viendo las cosas así, no
hay duda que tiene razón en el juicio que fornia de las juntas. Yo
discurro de otra manera, y digo: ¿estaba acaso reñida la autoridad
suprema de las Cortes con dar á las tales juntas atribuciones casi
soberanas en sus departamentos respectivos? La autoridad local de
los cantones puede ser, y lo es donde existen, suprema en lo in­
terior de sus distritos, sin que esto dañe á la subordinación en que
l
'$tán respecto á la Dieta en asuntos de interés general. ¿Porqué
pues, no podían las Cortes haber hecho las veces de Dieta, que­
dando las provincias trocadas en reales y efectivos cantones?
— :
Pero hombre de Dios, yo estoy lelo! Lo que usted está
proclamando es el federalismo en cuerpo y alma.
—En efecto, vecino, eso es.
—¿Es decir que es usted ....federalista?
—En aquella época, sí; ya lo he dicho otra tez: lo hubiera
8f
do. Lea usted mi capítulo V, y en él podrá rumiar las razones
e n
que me fundo para pensar así. Entre tanto repito que las Cór-
l