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i«o 1810. 217
do ellos creyeran que era otro, no podia ser sino ese. Aferrados al
antiguo régimen, era en ellos una segunda naturaleza la necesidad
de perpetuarlo, y añadidos á esa propensión los siniestros conse­
jos de los que no podian ser nada sino á la sombra de los abusos,
era en vano esperar que la reforma tuviese favorable acogida en
hombres mal dispuestos de suyo, y acabados de echar á perder
por la turba servil y palaciega. Godoy en todo el tiempo de su man­
do habia procurado refrenar el poder de la Inquisición , y esta, que
á pesar de lo mucho que la contempló la Central, no habia podi­
do conseguir de ella todo el apoyo que ambicionaba, mereciólo á
la Regencia de Cádiz en toda la eslension de la palabra, siendo res­
tablecida en el lleno de todas sus atribuciones. No era , pues, á
los tiempos de Godoy, eran otros peores aun, á los que esa Re­
gencia caminaba. Ni podia ser otra cosa , teniendo en el Consejo
de Castilla un tan pernicioso Mentor como puede el lector figurar­
se, sabido ya lo que hemos dicho de él en otro de nuestros capí­
tulos. Ese Consejo, tipo degradado de las contradicciones mas
monstruosas, habia en 1808 pedido á la Central con ahinco la con­
vocación de las Cortes, con arreglo al decreto que el Rey habia ex­
pedido en Bayona , y ahora, en 1810, pedia á la Regencia lo con­
trario, excitándola á usar de rigor contra todos los innovadores, y
llamando subversión y tumulto toda voz que abogase en lo mas mí­
nimo por la causa de la reforma. Apoyada en tan lindas indicacio­
nes , dio el gobierno al olvido sus deberes en lo que tocaba á este
punto, olvido tanto mas escandaloso, cuanto una de las condicio­
nes con que habia subido al poder era reunir sin demora aquel an­
helado Congreso.
Vano fue sin embargo el empeño con que se aferró en decir
nones á aquella vital exijencia. La opinión de los españoles que
valían algo en política era tan compacta y unánime en pro de la