TIMOS Yliras - DSpace CEU

634 TIRIOS T TROTAROS.
al acceder á la súplica, huellen no se sabe quien mas las deter­
minaciones del Congreso en lo que concierne al asunto. A Za­
ragoza, pues, á Zaragoza, y empezemos á ensayar como es jus­
to el omnímodo y absoluto poder que debe revestir al mo­
narca.
Y este vá á Zaragoza en efecto mientras su dignísimo tio se
dirije por su parte á Valencia; y la capital de Aragón presenta
poco mas, poco menos, las mismas serviles escenas que la des­
pedazada Gerona, y todos saludan al amo con el acostumbrado
frenesí, salvo algunos individuos contados, y salvo por supuesto
la sombra del desventurado Lanuza que llena de vergüenza y
rubor se oculta en las gloriosas ruinas de aquella ciudad emi­
nente.
Y de allí pasa el rey á Daroca á visitar los santos Corpo­
rales, y el vulgo que le vé andar así visitando un altar tras otro
altar, le cree un ángel bajado del cielo, y por poco no grita en
su júbilo: Dios es Dios y Fernando es su profeta. Y con esto
tiene el rey adelantada mas de la mitad del camino para cis­
carse en la Constitución, y con esto se celebra una junta, y en
ella opina el Duque de San Carlos que no debe el monarca ju­
rarla, y lo mismo dice el Tio Pedro el amotinador de Aran-
juez, ó sea el ilustre Monlijo, y lo mismo, en fin, los demás
que componen el consistorio, salvo Osuna que se encoje de
hombros, y Palafox y Frias que aconsejan el juramente del sa­
grado Código, aunque reservándose el rey el derecho de propo­
ner ó modificar los artículos que menos en consonancia se ha­
llen con el esplendor del dosel. Y con esto se disuelve la junta
dejando para mas adelante la resolución del problema; y á fin
de que esta sea la mejor, envia el rey al Conde del Montijo á
aguijar contra la asamblea los barrios bajos de la capital, y á