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ANO 1810. 257
representantes, confiriéndoles empleos y honores. Irritado el Con­
greso al saberlo, decretó á propuesta de Capmany que ninguno
de sus individuos pudiese admitir deslino alguno, ni gracia, merced
ó pensión, de parte del poder ejecutivo, cstendiendo la prohibición
hasta un año después de concluirse su misión de representantes.
Punto es este de los peliagudos , mas tal, que mientras no se mo_
ralice el ejercicio del poder, no es fácil resolverlo á favor de este.
Excediónos debe haber sin embargo de la regla general que las
Cortes creyeron conveniente adoptar; pero escepciones poco
numerosas, y tales que no puedan influir en la desaparición de la
regla. ¿Y qué diremos del ministro Sierra , que por medio de una
real orden aspiró á ser nombrado diputado en la provincia de Aragón,
junto con su oficial Calomarde, el ministro de Estado Bardají,
y otros paniagudos y amigos comprendidos en una cierta lista, de
la cual mandó y ordenó se elijiesen los candidatos? ¡Canario con
el bueno del señor, y que bien comprendia la índole de los go­
biernos representativos! La Regencia que, á lo que parece, no la
comprendia mejor, comprendió no obstante lo feo de aquella in­
decente tramoya, y estuvo por lanzar de su silla al que habia sido
su autor. Y así lo debiera haber hecho; mas fué el caso que dos
de los Regentes estaban, según malas lenguas, enredados en la
misma maraña, y el ministro siguió siendo ministro, porque lobos
con lobos, etc. El ruido que movió este nuevo incidente fué otro
nuevo golpe al prestigio de la mal parada Regencia; pero aunque
esta lo sintió mucho, sintió mas todavía el dolor de haber de anular
unas elecciones que con tanta desvergüenza y cinismo se habian
empeñado en ganarle los interesados por ella.
Era visto, pues, que las cosas habian de salirle siempre mal,
listando que ella interviniese cn algo para ese algo se aguase,
como le sucedió por estos tiempos con la pretensión del Duque de