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566 TIRIOS Y TROYANOS.
evitados entonces, en que tan atrasados estábamos respecto á
progreso económico.
Pero por notable que fuese nuestro rezagamiento en tal
materia, en nada lo estábamos tanto como en esto de malicia
política. El artículo 110 de la Constitución del año 12 dispo­
nía que los Diputados no pudieran ser reelegidos sino median­
do una diputación, y este esceso de delicadeza por parte de los
liberales, que fueron los mas insistentes en que se consignase
en la Carta semejante prohibición, fué seguido de otro tan
honroso á la abnegación del Congreso, como perjudicial á la
causa de las mal aseguradas reformas, disponiéndose en mayo
de dicho año se procediese en 813 á la disolución délas Cor­
tes generales y estraordinarias, abriéndose en 1.° de octubre
las que habian de sucederles. Lamentable error este último,
una vez cometido el primero relativo á la no reelección, por­
que nunca como en aquella época ha sido necesario en Pueblo
alguno que su Asamblea constituyente procurase dilatar su rei­
nado en favor de la Libertad; pero los Diputados reformistas
no quisieron que se les atribuyese la nota de intentar perpe­
tuarse, como propalaban sus émulos, y su disolución quedó
acordada antes de poder calcular si el plazo señalado para ello
bastaría á dejar terminada la regenadora misión que el Con­
greso tenia á su cargo, ó si aun terminada que fuese, exigi-
jirian las circunstancias no ceder el puesto á otros hombres
animados de miras contrarias á las que de suyo exigía el debido
afianzamiento de las nuevas instituciones. El tiempo demostró
no ser vanos los temores que en ese sentido abrigaban algunos
Diputados mas previsores que su compañeros. La disolución
de las Cortes coincidió desgraciadamente con el desborde (así
puede llamarse) de la irritación clerical y con el consiguiente