TIMOS Yliras - DSpace CEU

ASO 1808. 435
ile nuestro carácter no tener mucha priesa en concluir lo que
tan bien sabemos comenzar. Los partidarios de la confederación
estaban, como he dicho, en minoría. Los demás, acordes en dar­
nos un Supremo Gobierno Central, dividíanse en opiniones relati­
vamente á la forma que debia tener ese gobierno. Unos querían
la resurrección de las antiguas Cortes españolas, otros un Congre­
so moderno mas acomodado á la época. Los ingleses estaban por
las Cortes, sin que yo haya podido averiguar la razón de meterse
en nuestras cosas, siendo de gobierno interior, los muy atrevidos
isleños. ¿Pero cómo arreglarse aquel teclado? Restablecer sin
modificación alguna la antigua Representación nacional, era hacer
un obsequio á ciertas provincias para no acordarse de otras, dado
que no podian enviar diputados sino algunas pocas ciudades favo­
recidas con el roto en Cortes, que por cierto eran las menos, y no
siempre las mas acrehedoras. Aragón en ese concepto tenia ocho
Procuradores, el reino de Galicia uro solo, y el de Asturias ni
uno ni medio. Era, pues, necesaria una reforma en asunto de
tamaña importancia, y era el hacerla tanto mas difícil, cuanto el
mayor obstáculo á su logro consistía en quererla acomodar á todas
las provincias igualmente, siendo el método antiguo tan vario,
tan heterogéneo y diverso en unas respecto de otras. Abandonóse,
pues, el pensamiento de la reunión de las Cortes, por aquellos
dias al menos, porque la reforma era larga, y pedia tiempo y es­
pacio plantearla en los términos debidos.
Entonces el Consejo de Castilla dijo para sí: esta es mi hora,
y aspiró, como quien no dice nada, á erigirse en Señor de la
nación. El Consejo de Castilla: ¡ qué apunte ! Abatido á los pies
del intruso, cuando no su faraute y su cómplice, mientras las
probabilidades de éxito estuvieron por la causa estrsngera, echóla
de patriota cuando vio que iba esta de capa caida, y .-oatumiendo