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AÑO 1812. 401
tocracia y teocracia transijieronde este modo entre sí para par­
tirse la judicatura; pero el preponderante era el primero. El
reinado de Cario Magno no tuvo sino jueces reales; pero al fin
triunfó el feudalismo, y vinieron los jueces señoriales con su ju­
risdicción alta y baja y con la media por añadidura (1). Tras mil
vicisitudes diversas, reanímase el poder del monarca, y la Francia
profesa el principio de que toda justicia emana de él (2). Los
parlamentos no lo creen asi (3); pero transijen con la necesidad
mientras organizan la lucha. Esta se inaugura en efecto, y del
choque entre las dos potestades llega al cabo á desprenderse la
chispa que dá por fruto la revolución. La llama se ceba furiosa
en el alcázar de la monarquía, y empieza para el mundo otra
cía. Desapiadada la filosofía lo somete todo á su examen: su
análisis terrible no perdona ni las instituciones, ni las le­
yes, ni la moral, ni la religión. En todo vienen á sustituirse
nuevos principios á los ya gastados. ¿Cómo pudieran los pode­
res públicos resistir á esa época de vértigo y de transformación
universal? Alzase una barrera poderosa entre el gobierno y la
Magistratura, barrera cuya base habia echado la oposición de
los parlamentos, y entonces tiene término la lucha entre el
gobernante y el juez. Trazadas de un modo distinto las atribu­
ciones de ambos, cométese no obstante el error de hacer tem-
(1) Tres especies de justicia distintas, sin una sola de ellas verdadera.
Como que es la justicia aristocrática, ó la militar si queréis, elevada á su üll
'toa potencia.
(2) Principio que después de caducar en la revolución de 89 para hacer-
'° emanar del populacho en la Convención y en las plazas, volvió á resucitar
^as adelante, siendo ahora en la misma nación una de las bases fundamentes
de la Carta constitucional de 1830, según mas abajo diré.
La institución de los Parlamentos se hizo sedentaria ó estable en
'iempo de Felipe el Hermoso.
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