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34-8 TIRIOS Y TRÓVANOS.
Ello puede ser eme así sea; pero yo por mi parte ya he dicho
que, observándose ciertas condiciones, estoy por la Cámara
•única. Esas condiciones son dos: 1 . a
2. a
la existencia del trono:
el poder de ese trono, algo mas lato, á decir verdad, que el
que los hombres de 812 creyeron conveniente otorgarle. En
gobiernos democráticos puros como el de los Estados-Unidos,
concibo la existencia del Senado para moderar el empuje del
espíritu reformador: en los gobiernos aristocráticos, tal por
ejemplo como el de Inglaterra (aunque algunos le llamen mo­
nárquico seducidos por las apariencias), concibo también la alta
Cámara, por ser imposible sin ella la existencia de la aristocra­
cia tal cual existe allí constituida... Pero en los estados monár­
quicos cuyo régimen es representativo, ¿ me dirán los señores
doctrinarios para qué propósito es buena ? Si es para evitar
que la otra, es decir, la Cámara baja, proceda con precipitación
en las resoluciones que adopte, yo estoy lelo, ó el trono está
de mas, porque ¿para qué es ese trono sino para evitar eso
mismo? ¿para qué es el prestigio del monarca, para qué su
carácter permanente, hereditario é inamovible, sino para darle
el poder de conciliar los intereses nuevos con los intereses an­
tiguos , el pasado con el presente y el presente con el porvenir,
procurando con su festina lente impedir que se rompa la ca­
dena de oportuna continuidad que enlazando el ayer con el hoy,
une el hoy á su vez con el mañana ? Otro, pues, debe ser el
motivo de la instalación de esa Cámara; y si no es la conside­
ración de que estando la democracia representada en la otra,
como dicen, se ha creído oportuno oponerle, así como por
via de equilibrio, un cuerpo de senniores y optimates que repre­
sente á la aristocracia, maldito si descubro ningún otro. Mas
demos que esa sea la razón: ¿está allanada la dificultad? ¿no