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yo en verdad que hubiera sido menor. Yo no soy enemigo de las
gentes que el vulgo califica de aristócratas, porque aristocracia ha
tic haber, y hasta es conveniente que la haya, mas ó menos según
tiempos y casos, en lodos los países del mundo ; pero eso no es
decir ni de cien leguas que haya de entender ella sola en cuestio­
nes que interesan á lodos. ¿Quién al ver nuestra Junta Central,
podría calcular por la índole y la categoría de sus miembros, que
eran estos los verdaderos representantes del movimiento popular
de España?
Dimc el nombre, y le diré el apellido. Decidme la clase de
pájaros de que se compone una banda, y os diré como van á can­
tar. Junta Central con tantos hombres rancios, ya veréis como sale
con vejeces. Esto por lo que loca á lo político, que en cuanto á lo
patriótico ya he dicho que todos merecían altar.
Varias las opiniones largo tiempo en cuanto al sitio ó punto
de reunión de los diputados centrales, vacilóse entre Lugo y Al­
magro, entre Ciudad Real y Guadalajara, y aun entre Ocaña, Te­
ruel y Cuenca. Salidos los franceses de Madrid, fijáronse los ojos
de todos en la capital de la monarquía; pero como el Consejo de
Castilla acababa de aliarse con Cuesta para apoderarse del mando,
y se temian de él nuevas intrigas, creyeron los vocales prudente
evitar compromisos de mal género, y la Junta Central se instaló
en el Sitio Real dé Aranjuez el dia 25 de setiembre.
Fué su presidente un decrépito, hombre de valía allá en tiem­
pos, pero inútil ahora para el bien , el conde de Floridablancu.
Ministro de dos reyes absolutos, habíase esmerado incesantemente
en estenderla autoridad real, creando en los últimos dias de Car­
los III la Suprema Junta de Estado, y mostrándose al principio
del reinado de Carlos IV suspicaz y medroso en demasía respecto
á la revolución francesa y á todas las ideas novadoras. Hombre de