TIMOS Yliras - DSpace CEU

ANO 1813. 609
quila; su desaliento ha desaparecido con la rapidez del relám­
pago. Oid sus palabras ahora:
«¿Con qué es preciso, dice, decidirme en estos solemnes mo­
mentos? Los aliados están en el Rhin; la España invade ya mi
territorio. Armaré 300,000 hombres, y caeré sobre los alia­
dos, ó caerá la Europa conmigo. ¿Qué le importa á la estatua
caer, si su pedestal cae con ella? Pero la España se reirá de
mí... ¡España es capaz de reirse, aun cuando se hunda con el
continente, con tal que yo me hunda con ella! ¡Ah / ¿Por qué
la he tratado tan mal? ¿Por qué no he conocido mejor el carác­
ter de ese Pueblo indomable? Pero si yo le he causado daños, ma­
yores me los causa él á mí. Yo no habría caido de mi altura si
no me hubiera derribado él. La venganza es el placer de los
Dioses, y yo necesito venganza. ¿No es el rey que le he arreba­
tado el objeto de todos sus votos? Pues bien! España los verá
cumplidos: ¡le devolveré su monarca!»
Dice: y á la manera que en el circo daban los emperado­
res romanos la señal de soltar sobre la víctima el tigre encerra­
do en la jaula, dá él al conde de Laforest orden de soltar á
Fernando sobre la nación española, abriendo al efecto las puertas
del castillo de Yalencey, después de convenir en ciertos puntos
que deben arregkrse ante todo para mayor provecho del Impe­
rio y mas daño y mengua de España. Otro hubiera dispuesto un
veneno ú otro medio igualmente raquítico para deshacerse del
rey y vengarse de los españoles: Napoleón que tan pequeño ha
sido en todo lo que á ellos concierne, vuelve ahora á ser colo­
so en su mal, y si grande ha sido su mengua al verse vencido
por ellos, grande es á la vez su venganza. ¡Lástima que pudiendo
limitarse á darnos el monarca tal cual es y quedar satisfecho con
eso, se esmere en hacerle peor, azuzándole con imposturas á que
TOMO i. 39