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ANO 1812. 435
que constituyen la centralización; y así con electo lo muestran,
entre las facultades anteriores, la 6. a
y la 9. a
á que he puesto
dos colillas por via de nota, y las que se refieren á esos cuerpos
cuando se halla interpuesto el océano entre ellos y la metrópoli.
Los que hoy observan el papel que hacen nuestras diputaciones
de provincia, segunda nueva organización que el partido doc­
trinario español acaba de dar al pais, lamentarán, si piensan
como yo, el estado á que se ven reducidas, y entre ese abati­
miento en que yacen y la consideración que las cercaba cuando
rejia la Constitución de 1812, no titubearán en preferir lo que
antes eran á lo que ahora son. ¿Quita esto, sin embargo, que yo
sienta la falta de franqueza que hubo en sacar las debidas con­
secuencias del principio de localidad? Medrosos mas allá de lo
justo los que procedian así, no se consideraron tranquilos ni
aun dando al monarca el poder de suspender las diputaciones
cuando abusasen de sus facultades, viniendo de este modo á
confesar su repugnancia á ciertas concesiones aun en el mismo
hecho de otorgarlas.
En resolución, este título se resiente á mi manera de ver
de dos vicios muy capitales: el temor con que se consagran los
principios proclamados en él, y la uniformidad con que se apli­
can, midiendo por una misma rasera, no ya á todas las provin­
cias de España, sino á todas sus poblaciones. Este último erról­
es el mas grave, siendo el primero consecuencia suya, y nada
mas que su consecuencia. Los ayuntamientos rurales no se pue­
den regir por las leyes de los ayuntamientos urbanos: el campo
es siempre mas escaso en luces, en actividad y aun en celo por
las cosas de la comunidad, que los centros en que se aglomera
una población numerosa. ¿A cuál de esos tipos diversos acomo­
daremos la ley que dé organización al municipio? ¿Al primero.'