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48Í. TIRIOS Y TROYANOS.
gencia y de los Diputados su reconocimiento como rey, si él
enviaba comisionados que procediesen á la negociación , con el
mayor sigilo por supuesto. El rey Pepe ¡ay qué Pepe! dijo:
bueno! ¿qué me cuesta probar otra vez? Y envió los emisarios
susodichos , poniendo á su frente al canónigo, y este y aquellos
esclamaron: ¡bravo!, y mandáronle á decir que la cósase pre­
sentaba admirablemente con tal que él prometiese establecer un
gobierno representativo fundado sobre bases consentidas por
una y por otra parte, ó bien aceptar desde luego la mismísima
Carta doceañista con algunas modificaciones; y él dijo que bien
y tres-bien, y consintió que sus comisionados vinieran á avis­
tarse con los nuestros en las fronteras de Portugal, y no habia
tales borregos por lo que á las Corles respecta, puesto que
estas nada sabían de esos embrollos y maquinaciones, y asi mal
podian mandar comisionados de ninguna especie, siendo por
otra parte chochear creerlas tan faltas de juicio que cayesen ja­
más en tentación de atraer sobre sí todo el peso de la indigna­
ción nacional entrando en tratos con el enemigo, aun cuando
(como acaso lo hizo algún miembro de la Regencia, y aun al­
gún ministro tal vez) se inclinasen á ello interiormente. Así,
todo lo que hubo en el asunto fué purísima fantasmagoría de la
imaginación de una loca, de las artes de un impostor, y de
las estrambóticas visiones á que deben de ser tan afectas las
cofradías de linterna mágica, id est, las sociedades secretas.
Mintió, pues, y de un modo escandaloso, el gran Napo­
león Bonaparte, cuando en la Isla de Santa Elena dijo que las
Cortes de Cádiz entraron con los franceses en sigilosas nego­
ciaciones respecto del particular; y si Napoleón no lo dijo,
miente Monsieur el conde de las Casas al consignar en su Me­
morial que efectivamente lo dijo.