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ASO 1808. 77
En efecto. Las cosas habían llegado á tal punto, que aguan­
tar tanto tiempo la insolencia de los señores franceses, era ya cor-
nudez, no paciencia. Engañada vilmente por ellos la mas que bue­
na fe de los españoles, y caida por tierra la máscara con que se
nos vendían por amigos comenzó á levantarse el run rvn precur­
sor del pum\ y del pUmb\, siendo tal el murmullo en los últimos dias
de abril, que causa maravilla por cierto no tuviese Napoleón
orejas para oírlo desde las orillas del Sena. ¿Qué mucho si Mu­
ral no lo oia, estando en el centro de España? ; Tanto á veces en­
sordece la gloría, y aun mas que la gloria el orgullo! Verdad es que
hay quien dice del Emperador que no fue tan torpe como eso
pues oyó la mareta y bien clara, pero si en efecto fué así, no debió
de juzgarla temible. Ocupado el país por sus legiones, y abierto
el Pirineo á otras nuevas; caídas nuestras plazas fronterizas en sus
manos aleves; puesta en ellas así, merced á la perfidia, la llave de
'a dominación del territorio; abandonada la nación por el príncipe
en quien tanto creia, y cedida vilmente á otro dueño, cual si fuera
rebaño de ovejas, por el rey que en el hijo se vengaba; avasallada
la capital y llenas de terror las autoridades; falto el pueblo, en fin,
de recursos, de organización militar, de dinero, de gefes, de todo...
¿cómo esperar de España un sacudimiento formal en medio de tal
desamparo, de tan evidente impotencia? Era pasada pues, la sa­
zón oportuna de poder hacer algo con éxito. Novillo que se deja
embolar, ¿á quien infunde temor?
Asi discurría el guerrero que tenia á sus plantas la Europa. Y
no era tan gran disparate, mirada la cosa despacio. ¿Qué nación
en iguales circunstancias se hubiera atrevido á chistarle? Pero aqu¡
del pueblo español y de sus salidas de tono. Lo qué para otros es
^rde, para él es sazón, y á la inversa. Cuando la invasión de los
árabes, era también pasada la ocasión de meterse en camisa de