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TIMOS Yliras - DSpace CEU

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XXVI<br />

si el palacio andaba mal, y si la Reina era esto, y la célebre Pepita lo otro,<br />

y Manolito lo demás allá? ¿A qué presumir de filósofo y de economista polí­<br />

tico , y de hombre de ciencia y conciencia, ante una corte amiga del derroche<br />

y de envejecidas ideas, y tan escasamente sabidora como malditamente con­<br />

cienzuda? ¿A qué echarla de sabio finalmente, cuando ignoraba el arle de<br />

adular, que es la cosa mas fácil del mundo?<br />

Hizo, pues, muy bien Manolillo, en tener tales hombres á raya. Iniliumsa-<br />

pienlia, limor Domini. El principio de la sabiduría, temer los arranques del<br />

amo. Y hétele nuevamente en uno de ellos desterrar á Perico por aquí, y en­<br />

jaular á Juanillo por allá , siendo una de tantas víctimas el inflexible y recto<br />

Jovellanos, que acusado de impío y de hereje y qué sé yo cuantas cosas mas,<br />

chupóse lindamente los dedos en un encierro de siete años, primero en la<br />

cartuja de Mallorca, y luego en el castillo de Bellver. ¿Quién, en vista de<br />

tales escarmientos, se atrevería á medirse en lo sucesivo con nuestro colo­<br />

so de Rodas, cada vez mas seguro y mas erguido con un pie sobre el tálamo<br />

regio, y con otro en las gradas del trono ?<br />

¡ Mas ay! que no contaba con la huéspeda quién tales disparates hacía! Lo<br />

que por sus términos regulares no pudieron alcanzar ciertos hombres aman­<br />

tes de su patria y del bien público, consiguiéronlo por malas artes otros de<br />

menos sanas intenciones, viniendo al fin á estallar el terremoto debajo de<br />

un pedestal. La estatua que con ademan impudente tenia en él su principal<br />

apoyo, perdió el equilibrio y bamboleó. Encaramóse luego sobre la otra base,<br />

y estalló el terremoto también. Hundido el real lecho por un lado y el solio<br />

del monarca por otro, nuestro coloso, como era natural, cayó juntamente con<br />

ellos, siendo en vano intentar levantarse asiéndose con manos y con dientes á<br />

las aldabas del emperador.<br />

Este triste suceso tragi-cómico servirá de remate al prologuillo.<br />

III.<br />

Fué el caso, pues, lectores de mi alma, que amen del Principite de la<br />

Paz, teníamos entonces otro Príncipe, á quien no sin sus puntas de razón,<br />

podríamos llamar el de la Guerra. Era este Fernando el Deseado, y eran tales<br />

sus mañas y su índole que podía muy bien dar quince y falta á su antago­<br />

nista en no pequeño número de cosas. Por no tener yo nada de común, ni<br />

aun en el nombre, con uno ni con otro de los dos, he estado ya mil ve-

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