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fuego que prendió en ellos en 1810 , ¿no es admirable ver que
en vez de darle el incremento que era de esperar, se ofrecia al con.
trario a apagarlo en 1811, olvidandocon tanta hidalguía los resen­
timientos pasados? Repito, pues, que raya en portentosa la con­
ducta del gobierno británico respecto del particular. Lo malo fué que
como el tal gobierno suele siempre como buen comerciante entre­
mezclar en todas sus propuestas alguna que otra consideración de
esas que se rozan un tanto con cierto no se qué de mercantil, dio
¡i la mediación de que hablamos una como tintura ó barniz de es­
píritu de cálculo, ó de lucro, ó como se deba decir; y aquel su
porte que á primera vista parecía tan grande, tan magnífico, tan
poético en una palabra , como cualquiera reconocerá , apa­
reció, mirado mas despacio, un si es no es terrenal y prosaico, y
aun no sé si añada raquítico, por la circunstancia en cuestión.
Esto no es decir que así fuese, pues al cabo el afán de aquel go­
bierno se reducía todo á comerciar, sin las cortapisas que antes»
con nuestras posesiones de América, y bien se vé que el medio
mas seguro de llevar á debido efecto la pacificación de aquelhs
países, consistía en tener él en su mano el cetro mercurial de por
allí. Traído el asunto á las Corles, como su importancia exigía,
y tratado en sesión secreta , como lo pedia su índole, hubo en ju­
mo sus mas y sus menos en lo de variar bruscamente nada menos
que todo el conjunto del sistema mercantil colonial como la Gran
Bretaña quería , cosa siempre espinosa de suyo , y muy mas difí­
cil entonces, por ser Cádiz el pueblo cabalmente que mas en ello
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2 perjudicaba, y arriesgar no poco el Congreso en indisponerse
con él. El estado á que habían llegado las cosas pedia, bien
mirado, el sacrificio del monopolio comercial de Cádiz á la conser­
vación de unos países que tan interesados estábamos efi impedir
que se nos divorciaran de una manera irrevocable , eterna; pero